ABC 09/10/15
CARLOS HERRERA
· Después de tanta lucha, tanta presión, tanta apelación a la responsabilidad histórica… la CUP ha dicho que ya veremos
DESDE las elecciones catalanas, toda la Cataluña política era una olla a presión. La otra, la de la calle, la que compra el pan, la que cose los bajos de los pantalones, la que se atasca en los semáforos, la que fríe la butifarra, no tanto. La otra tenía cosas más importantes que hacer, como casi siempre pasa en los procesos políticos que parecen ser finiseculares. Los catalanes votan –o dejan de hacerlo– y van a otra cosa, a lo suyo, a desayunar, comer y cenar y a ver si las cosas no se tuercen demasiado para que al día siguiente pueda haber en la cocina una olla con garbanzos saltando. La Cataluña política, mediáticamente omnipresente, se dedica entretanto a la consecución de los postulados presuntamente mayoritarios: pareciera como si una descomunal masa oceánica hubiera votado por la independencia de España, por la nueva autarquía de los ciudadanos del Principado, cuando las cifras reales no dicen eso. Diera la impresión de que, desde el día 28 por la mañana, los catalanes solo tuvieran en su cabeza el diseño de su terruño aislado, separado del mundo inmediato, cuando no ocurre eso al calor de los números. Pero tanto da; los combatientes insisten en la fotografía de un pueblo levantado en ansias dirigido en masa a la puerta de salida. En virtud de ello, esa Cataluña oficial del nacionalismo independentista ha dedicado todas sus energías a buscar la mayoría necesaria para establecer el gobierno soñado: un gabinete presidido por el mayor bluf de la política ibérica con el solo mandato de organizar un masivo acto de desobediencia social y desacato de las leyes en virtud de un supuesto mandato plebiscitario que, evidentemente, no se ha dado.
Yo no sé qué debe de haber significado ser parlamentario electo de la CUP –tampoco tengo mayor interés–, pero me malicio que su férrea voluntad ha debido de ser hollada a diario por las sutiles presiones de la catalanidad comprometida con la hoja de ruta de los que andan juntos por el sí. Cataluña es tan peculiar que fuerzas absolutamente antitéticas han creído compartir un mañana y esas cosas tan ridículas. En función de ese fin último, toda cursilería habrá sido posible. Araesl´hora,catalans. Poco importa que unos sean más de derechas que el grifo del agua fría y que los otros sean unos trogloditas partidarios de meterse en la cueva de la historia: teóricamente les une la lucha cuatribarrada contra la hirsuta legalidad española, esa plasta de metano y cieno que impide la felicidad de las masas, las que corretearán por verdes praderas liberadas una vez manden de verdad en las cosas del país petit.
Pues después de tanta lucha, tanta presión, tanto agobio, tanta apelación a la responsabilidad histórica… la CUP ha dicho que ya veremos. Dice que antes de formar gobierno hay que romper con España (como si eso fuera tan fácil). Dice que hay que desobedecer las leyes retrógradas, que es el momento de construir la República Catalana, así con mayúsculas… O sea, no ha dicho nada. La única pregunta que valía la pena contestar es la que no han contestado abiertamente. No apoyarán a Mas… siempre y cuando no haya «pasos irreversibles». Ya, pero ¿antes o después de formar gobierno? Después es irrealizable, pero antes es totalmente imposible. ¿Qué votarán el día de autos? No se sabe, ya que antes del día de autos debe proclamarse no sé qué escenario imposible.
Lo de siempre. De las asambleas alucinógenas suele salir este tipo de cosas. Nostalgia de la Facultad, donde se aprobaba no examinarse hasta que Occidente reconsiderara la sociedad de consumo. Sesiones de ácido lisérgico. Convendría revisar el consumo de estupefacientes de esta gente. Están como una cabra.