JUAN CARLOS GIRAUTA-ABC

  • Que el PP haya «ganado las elecciones» no es un argumento. ¿Qué triunfo es ese que no se traduce en nada?

El escepticismo con que contemplo la amnistía no solo se basa en el perfil psicológico de Puigdemont, que exige su concesión de antemano para investir a Sánchez. Lo comprendo, si uno tuviera que volver a negociar un pacto del abrazo, también querría tener todo atado de entrada. Algo imposible. O sea, no habría pacto, como lo demuestra el hecho de que en 2019 el Ciudadanos auténtico no solo no pactara con Sánchez sino que, previamente, se presentara a las elecciones prometiendo que jamás lo haría. Sabíamos que Sánchez era un trilero, que deseaba entenderse exclusivamente con la macedonia de partidos antiespañoles, anticonstitucionales y antimonárquicos que dimos en llamar «la banda». Había evidencias, por eso Albert Rivera había clavado todo lo afirmado en el Congreso sobre Sánchez y su banda antes de la convocatoria electoral.

Pero el ‘establishment’ en pleno difundió el cuento de nuestra supuesta obligación moral: apoyar a quien desdeñaba nuestro apoyo y desdecirnos de una promesa electoral que nos había dejado a ciento ochenta mil votos del PP. Curiosamente, al PP no se le pidió ningún acto de «patriotismo». Decidieron que el nuestro era un partido bisagra, algo simplemente falso. Los que habíamos llevado a un partidito regional a ser tercer partido de España, pisándole los talones al segundo, proclamábamos lo contrario. Los partidos bisagra son negocios. Si tal hubiera sido nuestra motivación, jamás habríamos plantado cara al poderosísimo nacionalismo catalán en primera instancia. No obedecimos, y el establishment nos liquidó. El arma letal fue el mencionado relato, falso y unánime, que los medios de todo el espectro ideológico divulgaron, con tanta eficacia que aún prevalece.

Si fuera cierto que debimos sacrificarnos por «patriotismo», por igual razón debería el PP ofrecer ahora sus votos a Sánchez, impidiendo que el revoltijo de enemigos de la Constitución y de la monarquía se salga con la suya. Que el PP haya «ganado las elecciones» no es un argumento. ¿Qué triunfo es ese que no se traduce en nada? Aferrarse a él conduce al ridículo, como bien sabe la ‘crème’ del PP que la noche del 23 de julio se puso a bailar en el balcón de Génova. La escena resultó tan patética que no logro separarla en mi mente de los momentos más sombríos de ‘Danzad, danzad, malditos’ (Sidney Pollack, 1969). Si por patriotismo hay que inmolarse, ha llegado el momento de que el PP lo haga. Que lo anuncien desde ahora, que Sánchez sepa que no necesita a nadie más. Por supuesto, sin condiciones inaceptables para el autócrata, como soltar el poder a los dos años de mandato. ¡Ah, que Sánchez lo que quiere en realidad es perpetuar el sanchismo, y eso consiste en seguir formando Frente Popular con su banda! Claro, claro, entiendo. Eso es exactamente lo que en el Ciudadanos auténtico, el de Rivera, sabíamos. Tener razón demasiado pronto te puede matar.