JUAN CARLOS GIRAUTA-ABC
- Si solo podemos leer lo que nos reafirma, entonces somos como los ‘wokes’
Un mal aqueja a parte de la derecha social: la incapacidad para analizar un fenómeno específico que, por la razón que sea, les incomoda. La imposibilidad de proceder a su examen desprejuiciado, de considerar ciertos hechos en sus términos. Quizá teman acabar coincidiendo con el adversario, como si no compartiéramos con el adversario tantas cosas. Pocas veces me ha asombrado tanto ese defecto como en el caso del beso.
Es concreto, resulta sencillo abordarlo sin salirse del tema, sin hundir el objeto de análisis en un mar de asuntos diferentes. Mira qué fácil: en esta polémica, estoy con Jenni o estoy con Rubiales. Expones tus razones y santas pascuas. Pero el mal que les aqueja les hará decir tras leer la primera línea de esta columna: «¡Como si a la izquierda no le pasara lo mismo!». Claro que le pasa. ¿Y? Si solo podemos leer lo que nos reafirma, entonces somos como los ‘wokes’.
Esa parte de la derecha puede tener estudios superiores, lo que asegura en principio la capacidad de concentrar un rato la atención en algo, por lo demás brevísimo, y valorarlo sin más con argumentos estructurados. Sin embargo, evitan hacerlo. Hay maneras de evitarlo que son elegantes: sobre eso no me pronuncio. Hay otras, justo las que estoy señalando con el dedo, consistente en escuchar o leer tu (mi) opinión y reaccionar así: «¡Con la de cosas gravísimas que suceden, a qué viene tanto ruido y aspaviento!». «¡Sánchez está vendiendo España y todo el mundo con la tontería esa!». «¡Lo del beso es una cortina de humo para pactar a gusto la amnistía y el referéndum!». «¡La Yoli también coge la cara y se acerca mucho!».
Precisamente porque he observado este tipo de reacciones en personas inteligentes, aclaro (solo para ellas) que el beso de Rubiales a Hermoso no es anécdota sino categoría; que la teoría de la cortina de humo es conspiranoica; que cuando una noticia despierta genuino interés en el público (también el internacional), por algo será. Por último, ¿qué pasaría si diéramos por bueno que es incorrecto emplear tiempo y palabras en algo mientras existan otras cosas mucho más graves?
Pasaría que no habría diarios. Nunca se podría analizar ningún asunto porque siempre hay algo más grave. En última instancia está el Holocausto, de tan profunda huella que, para Theodor Adorno, después de Auschwitz no se puede escribir poesía. También nos obligaría a despreocuparnos de todo, incluyendo cuanto Sánchez pueda destruir, la certeza de que vamos a morir. ¿Qué sentido tiene hablar o pensar sobre lo demás? Asegurada la muerte, Sánchez no merece atención. Pero lo cierto es que seguimos siendo una sociedad que se comunica sobre infinitos asuntos más o menos importantes. Vi en el caso del beso un triple abuso, y así lo conté. Sería muy triste ganar adeptos a mi tesis a base de demostrar que Rubiales viene del sanchismo. Sería la victoria del sectarismo.