Olatz Barriuso-El Correo
- Los resultados de las elecciones europeas en España no introduce cambios drásticos en el tablero político nacional, pese a la tentación que Sánchez tendrá de hacer una relectura épica y triunfalista
Plebiscito viene de plebe, porque ese era el sentido que la palabra tenía en la antigua Roma, las leyes que los plebeyos aprobaban en sus asambleas. En la convulsa y asombrosa España de 2024, el plebiscito ha evolucionado incluso más allá de su significado contemporáneo. En su más reciente acepción, moldeada a medias entre Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo, plebiscito es la reinterpretación política del resultado de unas elecciones, las europeas, para convertirlo en termómetro de la fortaleza del primero para continuar la legislatura o bien convocar el enésimo referéndum encubierto sobre su persona. O, si se prefiere, para testar la solidez del liderazgo del segundo y subrayar el extraño don del presidente del PP para malograr la ventaja demoscópica y desaprovechar el viento de cola con errores no forzados capaces de transmutar una victoria en dolorosa derrota.
Pues bien, entrando en el juego perverso de leer unos comicios en los que Europa se jugaba la propia fe en su proyecto común (que no quedó, por cierto, malherida del todo pese al auge de la extrema derecha) en clave estrictamente doméstica, habría que convenir que el resultado de anoche aclara pocas cosas. O, dicho de otro modo, no introduce cambios drásticos en el tablero político nacional, pese a la tentación que Sánchez tendrá de hacer una relectura épica y triunfalista del estrecho margen, de dos escaños y cuatro puntos, por el que el PP se impuso ayer al PSOE.
A fin de cuentas, los socialistas resisten respecto a su resultado de hace cinco años, en condiciones objetivamente peores: sólo pierden un escaño. Y eso, en el metalenguaje sanchista, equivale a un triunfo moral que alimenta la leyenda del líder imperturbable y resiliente, capaz de recortar distancias a su eterno rival con la enésima declinación del voto del miedo, se llame máquina del fango, internacional ultraderechista, Milei, Netanyahu o como el juez que ha citado a declarar a su esposa el primer viernes de julio.
En esa lógica, cabría glosar el éxito de la narrativa de campaña de Sánchez, consistente en retorcer a su favor símbolos de la izquierda como Palestina y en convertir las urnas en una cruzada por el honor de su familia. La derrota ha sido leve pese al exponencial crecimiento del PP. Feijóo mejora en nueve escaños el anterior resultado de su partido pero se resiente de una campaña extraña y de la deficiente gestión de expectativas y, sobre todo, del crecimiento, a su derecha, ya no sólo de Vox, que sigue al alza, sino de opciones, como la de Alvise, cimentadas en la más radical antipolítica y en el resentimiento de un sector muy concreto del electorado, integrado sobre todo por hombres jóvenes y coléricos que se sienten víctimas de una sociedad podrida.
Con ese panorama, Sánchez optará, seguramente, por seguir adelante y reactivar la legislatura con la aparente tarea de redimir a España de las pesadas losas que exponía en sus cartas al pueblo. Sin embargo, una disección más profunda de los resultados revela fallas de fondo en esa estrategia. Para empezar, porque el giro a la derecha europeo se deja sentir también en España, donde el bipartidismo resiste sobre todo gracias al empuje del PP y las opciones extremistas ganan fuerza gracias a la pinza que con ellas hace la izquierda para poner coto a la derecha moderada.
Si a eso se añade que el espacio de Podemos y Sumar (pese a que toda una vicepresidenta segunda del Gobierno logra prácticamente el mismo voto que Se Acabó la Fiesta) no se desploma ni acaba de ser absorbido por el PSOE y que Junts se impone holgadamente a Esquerra en Cataluña (lo que abona la tesis de la repetición electoral), las noticias no son del todo buenas para Sánchez. La legislatura continuará en el alero, sometida al chantaje del independentismo, y con socios -como, sobre todo, el PNV, que obtuvo ayer un preocupante tercer puesto en Euskadi)- obligados a replantearse el efecto que en su electorado tiene el respaldo incondicional al presidente. Viene más curvas, más inestabilidad y más conejos salidos de la chistera presidencial. Así que, atentos; lejos de dar la razón a Alvise, la fiesta acaba de empezar. Otra vez.