Jorge Vilches-Vozpópuli
A la sombra del sanchismo han crecido los quieren encabezar su ‘revolución pendiente’, animados por el populismo guerracivilista del presidente
Ahora hay quien quiere blanquear al PSOE de Pedro Sánchez. Esos que dicen que son capaces de llevar a los sanchistas hacia el centro, alejarlos de Pablo Iglesias, los bilduetarras y los independentistas. Aquellos que creen que aún es posible que Sánchez encabece un Gobierno socialdemócrata, así, llanamente, como esos que se estilan en la Europa “civilizada”. Un Ejecutivo que, de repente, entienda que su responsabilidad es cumplir con dos compromisos básicos: guardar y hacer guardar el orden constitucional y su espíritu, y dirigir la solución de la crisis sin pretender cambiar el sistema en su beneficio.
La línea entre el patriotismo y el colaboracionismo se difumina cuando quien tiene el Gobierno usa la democracia para imponer principios autoritarios. También puede parecer confusa la distinción entre el discurso patriótico y el cálculo electoral egoísta cuando quien brinda su apoyo es un partido agonizante. Es un clásico que cuando una organización ventea muerte pretende una maniobra heroica que descoloca a propios y extraños y, cuando luego es engullido o traicionado, acaba en un sálvese quien pueda.
«Me gusta más Podemos»
En ese intento de supervivencia se combina con más o menos arte la ingenuidad con el martirio. En su propósito de ‘reinventarse’ se prestan como apoyo a cambio de nada y dicen que su sola presencia servirá para devolver el toro al corral. Sin embargo, al espectador avispado no se le escapa que es tarde porque Podemos llegó al Gobierno para atornillarse al poder. Es de un candor peligroso pretender que los de Pablo Iglesias se retirarán elegantemente, sin pasar por las urnas, dejándose tomar el pelo, viéndose relegados por sus enemigos.
Sánchez permitió que Podemos colonizara las instituciones al tiempo que extendía la idea de que era obligatorio “modernizarlas”. A cambio, los podemitas le sirvieron de coartada para el relato de que estaba formando un “gobierno progresista”, porque era el mediador con el rancio nacionalismo. Esa coalición entre populistas de izquierdas era la lógica. Así lo confesó Zapatero, padre político de Sánchez e Iglesias, a Carlos Herrera este 15 de junio: “A mí me gustaba más Podemos que Ciudadanos”. Claro; es una vuelta de tuerca al Pacto del Tinell.
Sánchez purgó la organización, cambió los estatutos, vinculó el proyecto a su persona, y pactó con los de la “pesadilla”, ese “Frankestein” que decía Pérez Rubalcaba
Esto no puede pillar a nadie por sorpresa. Uno lee las declaraciones de los líderes del PSOE en el otoño de 2016, y no puede más que entender por qué defenestraron a Pedro Sánchez. Era un acto en defensa del consenso constitucional, quizá el último en la historia del socialismo español. Aquellos dirigentes alegaron que su secretario general iba a pactar un Gobierno con Podemos y los independentistas para cambiar el sistema. Incluso dijeron que a Sánchez solo le importaba él mismo.
El día que Pedro Sánchez fue elegido secretario general por las bases, en mayo de 2017, murió el partido socialista de la Transición y nació el de la ruptura. Purgó la organización, cambió los estatutos, vinculó el proyecto a su persona, y pactó con los de la “pesadilla”, el Frankestein que decía Rubalcaba. En tres años el PSOE es otro.
El eje del consenso
A la sombra del sanchismo han crecido quienes quieren encabezar su ‘revolución pendiente’, animados por el populismo guerracivilista del presidente. Y mientras, los otros, los apaciguadores, dicen ahora que son capaces de cambiar la situación con su minúscula presencia, al estilo del PNV o de ERC ¿En serio hay alguien que se cree capaz de reconducir a Pedro Sánchez y de calmar a Pablo Iglesias que no sea Bruselas? No hay contrato que asegure la palabra de Sánchez. Como decía Pierre Bourdieu, el sociólogo de moda entre los izquierdistas, el Derecho no detiene a quien se cree en posesión del poder para constituir un país a su servicio.
Con este PSOE rendido a Sánchez y a su camarilla no se puede. Esos ingenuos del abrazo no se quieren enterar de que la alianza del partido socialista con Podemos ha cambiado el eje del consenso. Ya no está entre los partidos constitucionalistas, aquellos que alumbraron la democracia liberal del 78 o la dicen defender, sino entre quienes quieren moldear a su conveniencia el orden constitucional.
Todo ha sido una enorme maniobra de distracción para colonizar la administración y los medios. Ese pacto entre socialistas y podemitas orilla a los que defienden conservar lo existente, y permite las alianzas postelectorales entre izquierdistas y nacionalistas. No es momento de dejar huérfanos a aquellos que ven con desagrado el cuestionamiento de la democracia liberal y el alumbramiento de un democratismo autoritario. No se debería olvidar que la democracia, además de consenso, son contrapesos sin piedad.