Del Blog de Santiago González
El 8 de mayo de 2010 tuvimos noticia de que el Rey estaba siendo operado de un tumor en un pulmón. Pronto supimos que el equipo médico descartó la posibilidad de que se tratara de un cáncer, lo que me recordó una expresión de Woody Allen en ‘Desmontando a Harry’: “Las palabras más bellas de nuestro idioma (de cualquier idioma) no son ‘te quiero’, sino ‘es benigno’.
En aquella mañana pasaron por mi cabeza los 35 años de su reinado, los más prósperos y libres de nuestra historia y se me cruzó dos veces Woody Allen, emparentado diez años después con Don Juan Carlos en tanto que víctimas de lo más estúpido, miserable y falaz de nuestros líderes políticos o sociales.
Antes de aquello, Fernando Savater había escrito una tribuna en El País cuyo título no recuerdo, pero que partía de una frase hecha muy en boga por entonces: “Tenemos un Rey que no nos lo merecemos.”. Decía Savater que por lo visto sí nos merecíamos a nuestros gobernantes, que lógicamente eran peores. Tal vez no era el propósito del autor, pero era exacto. Nosotros, colectivamente hablando, hacemos más juego con la gentuza que nos gobierna: un presidente del Gobierno que, si alguna vez no miente, es porque se equivoca, su verdadero número dos, ese Iván Redondo que es un experto en juegos de truquemé, los ministros (y las ministras, claro) que él seleccionó a su imagen y semejanza y los ministros de Unidas Podemos que también hacen juego. Todos mentían con el aplauso al volver de Bruselas en la coreografía majadera que dirigió Redondo. Volvieron a mentir y a aplaudirse a sí mismos en el hemiciclo, rompiendo el distanciamiento social que ellos mismos se habían impuesto y nos habían impuesto como medida de seguridad contra el Covid. Todavía eso les pareció poco, debieron de creer que estaban todavía muy vagarosos en los escaños y llamaron a sus compañeros del Senado para rellenar los huecos y ganar unos pocos decibelios en el aplauso al líder improbable. Nunca se había dado cita tanto talento como el que podía verse en la bancada socialista: La nini Lastra y a su lado, otra luminaria con parecido brillo, el portavoz socialista en el Senado, Ander Gil. Justo delante, el doctor Sánchez; a su izquierda, Carmen Calvo y junto a ella, Pablo Iglesias, no hay quién dé más.
Sánchez e Iglesias se tienen repartidos los papeles en el acoso al Rey emérito, que ha terminado con su marcha de España el pasado fin de semana. Sin haber sido imputado, ni acusado de cargo alguno, el Rey Juan Carlos, ha sido extrañado, que es una pena que Franco aplicaba a sus enemigos cuando dejó de fusilarlos: el contubernio de Munich, así motejado por el diario ‘Arriba’, dirigido por Sabino Alonso Fueyo. El contubernio, que fue apadrinado por Salvador de Madariaga, a quien Ortega y Gasset llamó “tonto en cinco idiomas” reunió a más de un centenar de intelectuales y políticos antifranquistas: Satrústegui, Gil Robles, Dionisio Ridruejo, Jaime Miralles, Senillosa, Iñigo Cavero y un centenario etcétera. El extrañamiento fue la pena que dictó el régimen para los del interior.
Aquel mismo año, 1962, se casaron don Juan Carlos y doña Sofía, que visitaron al presidente Kennedy tres meses después. El Rey emérito ha sido extrañado en una maniobra alentada por el doctor Fraude con gestos piadosos y mentiras. El secretario general del Partido más corrupto de Europa (sí, el PSOE, por más que socialistas y podemitas adjudicaran la infamante etiqueta comparativa al PP) ha venido presionando a la Casa Real, con el acompañamiento sonoro de bragueta morada, que es el que toca la caja destemplada, aunque él tal vez sueña con los tuits que inspiraba a sus novias (Felipe, no serás Rey, que vienen nuestros recortes y serán con guillotina). La guillotina es herramienta que gusta mucho a este botarate, aunque no es improbable que sueñe con la imagen de Mussolini colgado por los pies de una gasolinera de Milán.
En realidad, él solo pone los eructos, pero la maniobra la dirige Sánchez. La decisión de Juan Carlos y la aceptación del extrañamiento por Felipe VI es un avemaría por la paz, un error como viene a serlo toda política de apaciguamiento. Nunca dan resultado. El doctor Fraude ha mentido una vez más al decir que es contra la persona, no contra la institución. Su socio de Gobierno ya está apuntando hacia la Corona en su actual titular. Primero irán probablemente contra la Reina Letizia, pero finalmente se dirigirán a su verdadero objetivo: la Monarquía y Felipe VI.
Estamos en un momento grave y triste para España. ¿Y todo esto se lo sopla a Sánchez ese mindundi que tiene de alter ego? He rescatado la columna que escribí cuando creí que Don Juan Carlos podría faltarnos hace diez años y me he ratificado en ella. Así que aquí la pego.
10 mayo 2010
La Monarquía y yo
Santiago González
El sábado, a las diez de la mañana, me enteré por un boletín informativo de la radio que estaban operando al Rey de un nódulo en el pulmón derecho. La memoria hizo un descenso de vértigo por sus 35 años de reinado, me puse en lo peor, y me dije: “vaya, era justo lo que nos faltaba”. A un servidor, la Monarquía le hace recordar aquel párrafo final de ‘Annie Hall’, en el que Alvy Singer/Woody Allen, dice: “…y me acordé de aquel viejo chiste, ya saben, el del tipo que va a ver al psiquiatra y le dice: “Doctor, mi hermano se ha vuelto loco. Se cree que es una gallina”. Y el médico le contesta: Bueno, “¿y por qué no hace que lo encierren?” Y el tipo le replica: “lo haría, pero es que necesito los huevos”. En fin, yo creo que eso expresa muy bien lo que siento acerca de las relaciones entre las personas. ¿Saben? Son completamente irracionales, disparatadas, absurdas y… pero, ah, creo que las seguimos manteniendo porque la mayor parte de nosotros necesitamos los huevos.”
Esa es justamente la cuestión que me convirtió en un monárquico práctico. Sería incapaz de aportar razones teóricas para sostener una forma de Gobierno cuya titularidad de transmite de forma consanguínea y no electiva; en que la más alta magistratura del Estado es irresponsable, según la Constitución, pero allá por los tiempos en que yo ví ‘Annie Hall’ por vez primera, Santiago Carrillo calmó los ardores republicanos a quienes entonces éramos sus cachorros con un argumento que entonces me pareció demagógico, aunque con el pasar de los años ha ido cargándose de sentido: “¿qué es más democrática, la monarquía sueca o una república bananera?”
Por aquel entonces se postulaba como candidato a presidir la Tercera República Española un notario llamado Antonio García Trevijano, socio de Carrillo en la Junta Democrática y socio y proveedor del dictador guineano, Francisco Macías Nguema. Poco después vivimos aquella noche del 23-F, en la que el Rey salió de la interinidad de su nombramiento y sentó plaza de titular en el corazón de los españoles.
Vista la cosa en perspectiva treinta años después, no se trata sólo de apriorismos, está el balance. Comparemos el de las dos experiencias republicanas, en su ser, en su desarrollo, antes de que el espadón de Pavía y el de Franco les pusieran fin, y estos 35 años de monarquía constitucional. Ahora, imaginen que la primera magistratura del país no es la amable irresponsabilidad de ese poder moderador que nos define el artículo 56.3 de la Constitución, sino un cargo presidencial que cada cuatro años se disputan en campaña electoral los dos principales partidos españoles, no pondré nombres. Eso sin contar con que la forma de gobierno republicana puede crear sus propias dinastías: ahí están en Grecia los hijos de Karamanlis y Papandreu, reproduciendo lo que aprendieron de sus padres. Todas estas cosas pasaron por la mente de un servidor a las diez de la mañana del sábado, cuando oí que estaban operando al Rey de un tumor en un pulmón. Pues sí, un servidor necesita los huevos. Dicho sea con perdón y sin ánimo de señalar, naturalmente.