Editorial-El Español

La comparación que ha trazado este lunes Pedro Sánchez entre Hamás y ETA resulta improcedente y absurda.

El presidente ha afirmado que «Israel debe poner fin al terrorismo de Hamás como España hizo con ETA: combinando justicia y diplomacia».

Una analogía que pretende postular para el problema de Gaza un referente español, a partir de nuestra experiencia con el terrorismo, pero que se desmorona ante la tozudez de los hechos y la realidad de cada caso.

En primer lugar, la desproporción numérica de las víctimas es insalvable.

Hamás asesinó el 7 de octubre de 2023 a aproximadamente 1.200 personas en Israel.

Es decir, que causó en un solo día más muertes que ETA (853) en casi 50 años de actividad terrorista.

Si trasladásemos esa proporción a la población española (de los 9 millones de Israel a los 47 de España), una masacre equivalente supondría el asesinato de unas 7.000 personas en sólo un día.

Pero la analogía tampoco está justificada a la luz de la diametral diferencia de naturaleza entre ETA y Hamás.

ETA fue un grupo clandestino, pequeño y marginal, que sólo contaba con el apoyo de una reducida porción de la población vasca.

No puede decirse que la violencia que causó, aunque cruenta y persistente, llegase a plantear realmente una amenaza existencial para España como nación. La magnitud de la matanza que perpetró ni siquiera es equiparable a la de sus homólogos como el IRA, que desestabilizó profundamente Irlanda del Norte a lo largo de décadas.

ETA careció asimismo de respaldo internacional serio, salvo contactos aislados con pequeños grupos nacionalistas o simpatías en ciertos foros de izquierda radical.

En contraste, Hamás es la organización que gobierna Gaza desde 2007, ejerciendo control sobre millones de personas, sobre la base de estructuras administrativas, educativas y militares.

Además, funciona como un proxy de Irán, recibiendo financiación, armamento y respaldo de varias potencias, entre ellas Qatar y Turquía, por motivos geopolíticos claros.

Y desde hace años mantiene una ofensiva constante contra Israel, constituyendo una amenaza directa a su seguridad y su existencia misma como Estado.

De modo que la comparación de Sánchez entre ETA y Hamás resulte aberrante.

No puede sostenerse en ninguna de las dimensiones posibles: ni por la escala del horror que causaron, ni por la ideología que defendieron, ni por la entidad de sus apoyos, ni por su dotación de armamento e infraestructuras, ni por su arraigo entre la población local.

Esta narrativa acredita nuevamente que Sánchez se mueve siempre en el terreno de la desinformación.

Porque nadie con un conocimiento mínimo de la realidad del conflicto palestino-israelí podría asentir a esta comparación.

Y el disparate sólo se acrecienta cuando se tiene en cuenta que quien está alardeando de una gestión diplomática ejemplar del terrorismo es el líder del PSOE, un partido que en tiempos de Felipe González organizó los GAL, grupos paramilitares que combatieron a ETA con métodos ilegales y violentos.

En todo caso, cabría decir que fue el gobierno de Aznar quien apostó realmente por una salida negociada a través de la diplomacia y la presión internacional.

Nadie en su sano juicio podría respaldar la inhumana campaña militar israelí en Gaza. Y por eso no merece censura la búsqueda de una salida pacífica al conflicto. Incluida el reconocimiento del Estado palestino, que ha ganado adeptos en los últimos días y que recibirá el espaldarazo de gran parte de la Asamblea General de la ONU estos días.

Pero resulta muy fácil, desde una posición externa, juzgar y dar recetas para un escenario tan complejo desatado por un crimen que generó un trauma irreparable en la opinión pública israelí.

Por eso, no resulta ocioso especular si, en el caso de haber tenido que lidiar con el asesinato de 7.000 compatriotas en un día, la reacción de Sánchez habría sido la misma que ha preconizado este lunes en Nueva York.

En cualquier caso, sólo cabe lamentar que Israel haya perdido un tan excelente primer ministro como Pedro Sánchez, que aunque incapaz de resolver siquiera los problemas más acuciantes de España, se diría en posesión de una solución definitiva para un conflicto internacional enquistado durante décadas.