El sanchismo ha heredado del nacionalismo el uso de palabras talismán, términos cuya sola mención convierte en ocioso el razonamiento. Ayer, durante la rueda de prensa invocó en varias ocasiones el diálogo, extraordinaria herramienta multiusos: es la solución a todo problema, la llave de salida en una habitación cerrada. Ella sabe que los problemas son complejos y que el diálogo no va a dar fruto a corto plazo, pero es la única salida. Ya en el uso del concepto por los nacionalistas vascos, llamaba la atención que estos lo llamasen diálogo cuando querían decir negociación. Nadie negaría, por otro lado, la utilidad del diálogo siempre que se den dos condiciones: que las partes hagan el mismo uso de las palabras, un diccionario común, y que acuerden dentro de la ley.

Se estiró hasta afirmar que Sánchez y Torra están en las antípodas; justamente por eso es imprescindible el diálogo, que no sería necesario en otro caso. También estaban en las antípodas Suárez y Carrillo y miren. Esta criatura era impúber en la transición y por eso no tiene recuerdos claros. Suárez y Carrillo eran dos pragmáticos descarados, pero sus cambios de posición eran duraderos y había que apreciarlos en el largo plazo, no en unas pocas horas como le pasó a Sánchez tras la visita iluminadora de Rufián.

Según la tradición socialista de ascender al Consejo de Ministros a quien han probado su inutilidad en el Gobierno andaluz (Zapatero a Maleni y Calvo; Sánchez a Chiqui Montero) la ministra portavoz está ahí por su don de lenguas, solo le falta hablar,  y por su conocimiento económico. Preguntada por los malos datos del paro, se vino arriba con un razonamiento sorprendente: no hay que ser tan infantiles o a ver si vamos a achacar a Zapatero haber creado una crisis mundial. No, Chiqui, a nadie se le ocurriría. Lo que sí se reprocha a ZP con toda justicia es que mientras otros países se preparaban para hacer frente a la crisis, él la negaba y decía que la economía española estaba en la Champions y promovió unas políticas de gasto público, el cheque bebé, el Plan E, que dispararon el déficit y el paro. Un par de cifras que la ministra dará por buenas, las he sacado de El País: en 2007, al comienzo de la crisis, teníamos un 7,95% de paro, 1.760.000 desempleados. Cuatro años después, en el último trimestre del zapaterismo, teníamos 3.218.000 parados más, una tasa del 21,52%.

Planas, ya digo, un Demóstenes, vertió su lágrima socialdemócrata al confesarse “un poco emocionado” al hablar de los agricultores, “yo soy el ministro de los agricultores y los ganaderos” y defendió como Irene Ceaucescu el derecho de su gente a la protesta. Aunque fuese contra él, qué coño. Lo que no explicó es por qué su homólogo Marlaska mandó a los guardias a partirles la cara en Don Benito siendo carne de carne. Qué tropa, señor, qué tropa.