MIKEL BUESA-LIBERTAD DIGITAL

  • Tanto el nacionalismo radical como el nacionalismo institucional tuvieron un papel destacado en la decadencia del papel del País Vasco en España.

Puesto que estamos ante una situación crucial para el futuro de España y, de paso, el de las dos Comunidades Autónomas —el País Vasco y Cataluña— gobernadas por nacionalistas con pretensiones secesionistas, bueno será empezar a discutir con seriedad cuál ha sido la aportación de éstos al progreso de las sociedades cuyos intereses dicen representar. Por razones sentimentales —pues no en vano nací, dentro de una familia de raigambre alavesa, en Guernica— me centraré aquí en el caso del País Vasco, aunque no habría que ir muy lejos para comprobar que los fenómenos que expondré a continuación tienen también una similar expresión catalana.

El progreso económico y social de una sociedad es siempre relativo, pues la mayor riqueza y bienestar sólo es constatable por comparación, bien con el pasado, bien con la realidad de otras sociedades próximas. Por eso, aquí haré referencia al País Vasco con relación al conjunto de España; y tendré en cuenta dos variables —la población y el PIB—, expresivas ambas de ese progreso. La población aumenta comparativamente porque las mejores condiciones de vida facilitan la reproducción familiar y, más importantemente en los tiempos recientes, suponen un atractivo para la inmigración. Y el PIB lo hace cuando se logra un mayor nivel de productividad que los vecinos, alimentando así la ampliación de la renta. Por tanto, en lo que sigue me fijaré en la evolución de la participación porcentual del País Vasco en la población y en el PIB de España desde mediados del siglo XIX hasta el momento actual. Y para sintetizar ambos elementos tendré en cuenta también la media geométrica de las dos variables. (Por cierto, dicho sea entre paréntesis, cuando los nacionalistas del PNV calcularon cuál era la participación del País Vasco en España, a los efectos del establecimiento del Cupo de 1981 —me refiero al famoso 6,24%—, lo hicieron obteniendo esa media geométrica).

Nuestro conocimiento estadístico del siglo que discurrió entre 1850 y 1950 es bastante limitado, aunque resulta suficiente para comprobar que, ya en el último cuarto del XIX, al amparo de la Restauración borbónica y de su política económica progresivamente proteccionista, el País Vasco amplió notablemente su presencia en España: la población pasó del 2,7 al 3,2 por ciento entre 1880 y 1900 —lo que quiere decir que su crecimiento, que hasta entonces no se había apartado de la pauta española, superó ésta en casi un veinte por cien—; y, por su parte, el PIB ganó un punto porcentual al pasar del 3,0 al 4,0 por ciento entre 1860 y 1900 —superando así a la dinámica poblacional—. Lo que estuvo detrás de este desplazamiento al alza del papel del País Vasco en España, no fue otra cosa que una industrialización basada en la siderurgia y las manufacturas metálicas, que resultó favorecida por el rendimiento de las exportaciones de mineral de hierro a Inglaterra y la protección del mercado interior español al amparo del pacto tripartito entre los cerealistas castellanos, los empresarios textiles catalanes y los metalúrgicos vascos que favoreció la Restauración. El papel del nacionalismo vasco en todo esto fue inexistente, no sólo porque Sabino Arana esperó a 1895 para crear su partido, sino porque el período al que me estoy refiriendo arrancó con la abolición foral y el inicio de los Conciertos Económicos, y se cerró con el auge de la autarquía franquista.

Dicho de otro modo, el despegue vasco bebió del auge del centralismo; y así continuó durante el medio siglo siguiente, hasta 1950, sin que el breve paréntesis de la autonomía vasca —que estableció la II República en octubre de 1936 y duró hasta junio de 1937, cuando las tropas de Franco tomaron Bilbao— ejerciera ningún papel. Y de esta manera, en esa media centuria —en la que el proteccionismo resultó exacerbado— el País Vasco continuó ganando población y sobre todo PIB. En 1940, la primera era ya el 3,7 por ciento de la de España, y el segundo se alzaba hasta la cota del 6,2 por ciento. La media geométrica se incrementó desde el 3,58 por ciento del comienzo del siglo hasta el 4,79 por ciento cuatro décadas más tarde.