Miquel Escudero-EL CORREO

Hay que hablar de vez en cuando de manipulaciones a gran escala de las que apenas se tiene conciencia y que, consentidas, campan a sus anchas. Corresponden a un marco mental que tenemos instalado de fábrica. Se da como algo probado lo que no es verdad y se activa una dinámica de emociones que nos lleva al rebaño. Se abren paso así estereotipos y lugares comunes que despersonalizan a los seres humanos y desembocan en el racismo, el clasismo, la xenofobia, el machismo, la homofobia o cualquier forma derivada del supremacismo.

Con motivo del Brexit se recuperó en Inglaterra el término ‘little englanders’ (pequeños ingleses), usado en el siglo XIX para designar a quienes postulaban el abandono de las colonias que no fueran rentables. Ahora se aplica despectivamente a quienes se pretenden superiores a los demás, por no ser ‘auténticos’ ingleses como ellos. La disposición a ofender y decir tonterías sin pensar es una característica fácilmente contagiosa que hay que prevenir, pues es una actitud que anuncia malestar, discordia, conflictos y retraso social.

El antieuropeísmo inglés procede de esta mentalidad reaccionaria, pero irradia en cualquier dirección. Boris Johnson, que promovió abandonar la Unión Europea, es jacarandoso y hedonista. Al acabar los Juegos Olímpicos de Pekín, siendo alcalde de Londres, se jactó, con chirigota y entre risotadas, de que todos los deportes habían sido inventados u organizados por británicos, incluso el pimpón, que «surgió en las mesas de comedor en Inglaterra y empezó llamándose ‘wiff waff’. Ahí radica la diferencia primordial entre nosotros y el resto del mundo». Presumiendo con bobería de tribu.