Antonio Rivera-El Correo

Ultimamente inicio mi curso de Fundamentos del Mundo Contemporáneo con una imagen de Kant y otra de Trump. No es fina la dicotomía, pero sirve para entrar en materia sobre las contradicciones de nuestro tiempo. Vivimos sociedades gobernadas por el éxito del primero donde el pensamiento dominante y positivo es el racional, humanista, cosmopolita, científico e igualitarista. Muchas veces la invocación a esos valores esconde injusticias que los contradice y que hace que algunos los cuestionen: Rousseau ya advertía de que la Ilustración era tramposa con los de abajo. Pero las amenazas mayores han venido del lado de quienes cuestionan todos esos principios. Su argumentario reaccionario lo resumió Albert Hirschman con tres palabras: perversidad, futilidad y riesgo. Las promesas de la Modernidad, sucesivamente, han sido vistas por aquellos como un sindiós, un engaño o una amenaza.

En nuestros días, Trump representa esos antivalores, y con él una plétora de imitadores; aquí nos tocó a Abascal y a Vox. Aquel y este, y otros más como ellos, han demostrado con sus éxitos que la reacción contra la Modernidad goza de buena salud. Decir que hay que expulsar a los ilegales, que el Estado no tiene derecho a regular la excepcionalidad en mitad de una pandemia o que hay que poner fuera de la ley a los que piensan distinto sigue siendo una aberración, pero más de tres millones y medio de españoles lo respaldan. La pandemia ha acentuado el pensamiento binario y la confrontación política e identitaria. Quienes tenían tendencia a suscribir esos contravalores han incrementado su número debido al miedo, la frustración, la crisis de sus negocios, la pérdida de sus empleos, la falta de expectativas o la tendencia a echar la culpa al empedrado, al porco governo.

A Abascal no le preocupamos nosotros, sino los suyos. No está perdiendo el tiempo, sino tratando de recolectar en su favor lo que genera la actual situación, la objetiva y la derivada de los errores de todos sus contrarios. Como Trump, no nos habla a nosotros, sino a su gente, a los actuales y a los posibles. Y le importa una higa lo que opinemos de él. Ayer citó a Lenin, lo que invita a preguntarse como aquel: ¿qué hacer? ¿Qué hacer con Abascal y con los suyos? Lo primero, no tomarlos a broma. Son una amenaza real, aquí y en todo el mundo. Lo segundo, no victimizarlos con ‘cordones sanitarios’ modelo Parlamento vasco o rescatando retóricas antifascistas de otros tiempos modelo Congreso de los Diputados: replicando sus antivalores excluyentes nos contagiamos de su lógica. Lo tercero, y no es contradictorio, hacerles ver que con ellos y sus ideas no vamos a ningún sitio: esa convicción que distancia a la Merkel de Pablo Casado. Todos estos reaccionarios han triunfado o por la fuerza, o por la actitud meliflua de los legitimados conservadores, o por no ser capaces los progresistas de defender positivamente los valores de nuestra sociedad, dejando que aparezcan como propios del establishment y opuestos a la mayoría.