KEPA AULESTIA-El Correo
La irrupción de la violencia, esta vez a modo de amenaza, lo desbarata todo. El candidato socialista a la presidencia de la Comunidad de Madrid, Ángel Gabilondo, esperó a cerciorarse de que Pablo Iglesias abandonaba definitivamente el debate en la SER, tras la negativa de Rocío Monasterio a reconocer que se habían producido los hechos, y a condenar expresamente las cartas con balas. Sólo entonces declaró que lo ocurrido suponía un «punto de inflexión», porque no permitía debatir sobre propuestas programáticas cuando se habían puesto en cuestión valores democráticos fundamentales. Y ante el requerimiento del candidato de Ciudadanos, Edmundo Bal, para que Gabilondo y García -de Más Madrid- se mantuviesen en el debate en defensa de la palabra, frente a las provocaciones de Monasterio, el catedrático de Filosofía alegó que el acto de abandonar el encuentro radiofónico constituía la palabra más elocuente en defensa de la democracia. Lo sucedido vuelve a demostrar que, tras la fragmentación partidaria, los partidos que reivindican la herencia constitucional o, cuando menos, hacen suyos sus frutos y la institucionalización resultante, no saben cómo proceder ante Vox. La campaña electoral para la Asamblea de la Comunidad de Madrid se quedó ayer, de pronto, sin más debates hasta el 4-M. Como si la decisión de la presidenta Isabel Díaz Ayuso de no acudir a otros intercambios, «de los mismos hablando de lo mismo», se hubiese impuesto por la puerta de atrás.
La pretensión de aislar a Vox mediante un cordón democrático está abocada al fracaso. En primer lugar, porque el partido de Santiago Abascal cuenta con una representación obtenida en las urnas que no cabe desdeñar en su legitimidad. En segundo lugar, porque la bipolaridad que persisten en mantener PSOE y PP, evitando acuerdos de Estado y desafiándose mutuamente, conlleva la búsqueda de alianzas en las que la derecha constitucionalista no puede prescindir del flanco preconstitucional y populista del extremo de su espectro. De modo que la exclusión de Vox del foro público acaba siendo una opción de parte, sujeta además a vicisitudes en las que, como mucho, se convierte en un recurso táctico. Pongamos que la izquierda -las izquierdas- coincide en restar a Vox del arco político. Su propósito le serviría para señalar las dobleces de la derecha constitucionalista que recurra al apoyo de los de Abascal. Pero solo si el PSOE se plantease el encuentro con el PP y viceversa, solo si un nuevo bipartidismo se basase en restar a Vox de la aritmética parlamentaria, podría orillarse el populismo añorante y negacionista. Mientras tanto, Ángel Gabilondo se quedará solo, junto a Edmundo Bal, reclamando que se impida el acceso de Vox al Gobierno de la Comunidad de Madrid.