Editorial-El Debate
  • El Sánchez de la hora presente, acosado por sus incapacidades políticas y sus eventuales acosos judiciales, cree encontrar su salvación en el que en 2004 trajo de nuevo, y desgraciadamente, a la vivencia del pueblo español el «guerracivilismo»

No se sabe bien si Sánchez quiere recordar, rememorar o celebrar el cincuenta aniversario de la muerte de Francisco Franco. Su sorprendente propuesta de traerlo a colación, sin embargo, sí tiene un evidente propósito: recrear los elementos políticos y sociales que entre 1936 y 1939 enfrentaron a los españoles en una terrible Guerra Civil y, naturalmente, cargar las responsabilidades consiguientes en los hombros de lo que él y los suyos llaman sistemáticamente la «ultraderecha». Es decir, la mayoría numérica del pueblo español, la que, en las urnas nacionales, regionales y municipales en estos momentos tiene la mayoría del voto, por más que Sánchez consiga ocultarlo con sus apoyos en los separatistas, los comunistas y en los terroristas que en la piel de toro han sido y siguen siendo.

El Sánchez de la hora presente, acosado por sus incapacidades políticas y sus eventuales acosos judiciales, cree encontrar su salvación en el que en 2004 trajo de nuevo, y desgraciadamente, a la vivencia del pueblo español el «guerracivilismo». Era Zapatero, que creyó encontrar su destino en el abjurar de la Transición española a la democracia después de cuarenta años de dictadura. Y hacerlo reivindicando la trayectoria de los que culpa tuvieron en motivar y perder el conflicto, como si toda la historia hubiera sido simplemente una pelea entre buenos y malos. Quizás pensando que aquel excelente momento transicional de la historia española, que puso a nuestro país de nuevo en la óptica de admiración y aplauso internacional olvidada durante décadas, era solo un paréntesis para permitir que el PSOE de Largo Caballero volviera de nuevo al poder. Olvidando también aquellos días en que Adolfo Suárez, Santiago Carrillo, Manuel Fraga y Felipe González compartían foto y tarea para llevar a cabo la que los españoles anhelaban: la «paz, piedad y perdón» que ya en 1934 había evocado Manuel Azaña.

Ahora la inspiración zapaterista, hoy compartida por las labores de «lobby» que su inspirador desarrolla con venezolanos y chinos, la recoge cálidamente Sánchez para aprovechar el año y montar cien, según él mismo anuncia, cien, actos de evocación del franquismo, cincuenta años transcurridos desde que el dictador expirara en su lecho. Como si el españolito de a pie no tuviera cosa mejor que hacer ni nada más adecuado en que gastar sus mermados ahorros. Parafraseando lo que la presidente Ayuso exclamó al conocer la propuesta, el hasta ahora inquilino de La Moncloa parece haber perdido el juicio. O quizás simplemente la memoria, la buena, la que recuerda lo que la Transición trajo al país y enseñó al mundo.

Cuentan que Sánchez lee poco y escribe mal. Lo segundo tiene poco remedio. Lo primero abunda en posibilidades. Pudiera empezar con Hugh Thomas. El camino es amplio y complejo, pero para acabar podría desmenuzar el discurso leído con motivo de su admisión en la Academia de la Historia del catedrático Juan Francisco Fuentes titulado «Numancia Errante. La idea de España en el exilio republicano». Es la triste y bien documentada historia de aquellos que, como consecuencia del conflicto civil, debieron exiliarse para en la lejanía evocar con pena los errores cometidos y la lejanía de la patria a la que nunca dejaron de añorar. Está todavía a tiempo Sánchez para ahorrar a la ciudadanía los gastos de los cien eventos y reflexionar sobre el futuro del paisanaje. ¿Cuántos entre ellos existen con el deseo de acabar sus días en México o en Collonges sous Saleve?