DAVID GISTAU – ABC – 31/08/16
· Las únicas diferencias que aliviaban la sensación de «déjàvu» eran cromáticas. Los colores veraniegos de los atuendos, como el de Sánchez-Camacho, que iba vestida de Calippo. Los bronceados de los recién desalojados de la playa: los pálidos estuvieron trabajando por la patria, cual lucecitas de la democracia.
Por lo demás, fue una sesión de investidura ya reiterativa, fallida antes de empezar y retórica que ahondó una impresión de fatiga según la cual las liturgias del sistema, las que justificaban su pompa por la excepcionalidad, se han vuelto demasiado frecuentes, demasiado inútiles. Y por ello no interesan a nadie.
Todo transcurre en una clausura endogámica de periodistas y políticos cuya única lucidez posible sería tomarse a chufla todo esto y ponerse, qué sé yo, a jugar al pañuelo perdiendo cada eliminado su escaño hasta que le salieran las cuentas a alguien. Ciudadanos, por cierto, jamás aplaudió al hombre al que concedió el sí: paradójica teatralización del asquito que les da en su pudor socialdemócrata y que han debido superar ¡por patriotismo!, pero sin besar en la boca.
Falta de pasión. Con la votación perdida, Rajoy tenía la oportunidad de lucirse con una intervención vibrante –al juntar las palabras Rajoy y vibrante, el diccionario cae de su anaquel y queda abierto en la página de «oxímoron»– que levantara una visión basada en los principios fundacionales de nuestra era contra la cual sólo un insensato pudiera estar.
Pero se descolgó con un pestiño tremendo, un refrito de sus sesiones de control, con el cliché incluido del rescate evitado, leído todo con la falta de pasión de quien sabe que no sirve para nada. Escuchando al presidente en funciones, su desgana, su peñazo, uno habría dicho que lo que de verdad suplica este hombre en sus pensamientos íntimos es que alguien lo mande ya a Pontevedra sin que la salida sea indigna para él.
Rajoy también podría haber interpelado a Sánchez, haberlo mirado a los ojos para enfrentarlo a todos los riesgos apocalípticos que, según él, se ciernen sobre el país por culpa del obstruccionismo socialista. Pero qué va. Todo lo más, Rajoy rescató el «alguien» con el que Gila aludía sin mencionarlo al asesino: «Alguien… quiere unas terceras elecciones». Como dijo un amigo: si este hombre llega a ser el encargado de arengar a los ingleses y de crearles un estado de ánimo en 1940, la esvástica aún ondearía en Westminster.
Es verdad que lo de ayer fue como la deposición matinal en un debate sobre el estado de la nación. La parte más tediosa, pues los debates cobran vida en las pendencias y en las réplicas, las que ayer no tuvieron lugar por el exceso de protección al candidato, despejada su tarde, que ya criticamos cuando se le concedió a Sánchez.
Pero el discurso tuvo momentos incluso torpes en los que Rajoy se hizo autogoles. Como cuando dijo que, pese a la inquina de la oposición y de sus medios, los españoles le habían hecho ganar porque «ven con sus propios ojos». ¿Por eso, presidente, porque los españoles ven con sus propios ojos, pasó usted en cuatro años de una mayoría absoluta histórica a uno de los peores resultados cosechados jamás por su partido?
Una de las ideas importantes que, pese a todo, dejó la intervención es que Rajoy no busca un acuerdo de investidura, sino de legislatura. Uno que no se limite a deshacer la frustración psicológica del gobierno imposible de constituir pero que al día siguiente haga inviable la circulación de leyes.
Parecía una respuesta a la Epístola de Rivera a los Corintios en la que invitaba a los socialistas a conceder a regañadientes una abstención para luego conformar junto a ellos un bloque de oposición férrea. A ver si las réplicas animan esto, porque nos vamos a quedar sin público.
DAVID GISTAU – ABC – 31/08/16