Cristian Campos-El Español
  • Si algo han dejado claro los sondeos es que los españoles sienten más rechazo por Marruecos y por Pedro Sánchez que amor por la lucha de los saharauis.

Christopher Nolan anda rodando La odisea de Homero en el Sáhara y el cine español ha abajofirmado el manifiesto protestón de turno («¡está legitimando la ocupación marroquí del Sáhara!») que no abajofirmó cuando Pedro Sánchez reconoció en 2022 la soberanía de Rabat sobre el territorio. Finjamos todos sorpresa.

Me pregunto qué habrían hecho los actores españoles si Nolan hubiera tenido la perspicacia de halagar a Pedro Sánchez antes de aterrizar en el Sáhara.

Apuesto a que el cerebro de esos actores hubiera quedado atascado en una lógica circular cuya rotación, cada vez a mayor velocidad, habría producido energía suficiente como para iluminar toda la ciudad de Dajla: «Debería criticar a Nolan, pero Nolan ha halagado a Sánchez, que le entregó el Sáhara a Marruecos, donde está rodando Nolan, que le ha hecho la pelota a Sánchez, que etcétera, etcétera».

La autodeterminación del Sáhara Occidental ha sido tradicionalmente una causa emocional de la izquierda antifranquista española desde 1975, cuando España descolonizó el territorio y se firmaron los Acuerdos Tripartitos de Madrid.

Si no fuera por el Sáhara, la izquierda española sería abiertamente promarroquí y Ceuta y Melilla estarían ya en manos de Rabat.

En la derecha, las cosas son diferentes.

La causa saharaui es vista en algunos sectores de la derecha con incomodidad (todavía se comentan en Vox las evasivas de Santiago Abascal cuando Fernando Sánchez Dragó intentó convencerlo de convertir al partido en punta de lanza de las reivindicaciones argelinas).

Otros la rechazan abiertamente y otros la han aceptado sin demasiado entusiasmo, atrapados entre su desagrado por el Frente Polisario y la obviedad de que a España le conviene alimentar un conflicto interno en Marruecos que drene sus recursos y desvíe su atención de Ceuta, Melilla y las Canarias.

En la sociedad española, el conflicto del Sáhara no despierta mayor preocupación y ha acabado convertido en uno de esos debates sobre los que se opina, un tanto a bulto y más por odio a Marruecos que por amor a los saharauis, cuando preguntan desde el Real Instituto Elcano.

El CIS, por su lado, no pregunta por el Sáhara desde hace décadas, y el tema ni siquiera es mencionado por los españoles cuando se les interroga sobre sus preocupaciones en política exterior.

La «solidaridad» española con el Sáhara Occidental, en resumen, es «latente». Lo que quiere decir que sólo hablamos de ello cuando nos preguntan, porque para algo tenemos la boca, y tratando de ocultar que el tema, en realidad, nos importa tres rábanos.

En el asunto del Sáhara, además, opera esa ley del kilómetro emocional que dice que el dolor de cabeza de un extremeño al que no conoces de nada te importa mucho más que la ocupación del territorio por parte de Rabat.

Si algo han dejado claro los sondeos más recientes, en fin, es que los españoles sienten más rechazo por Marruecos y por Pedro Sánchez que amor por la lucha de los saharauis. Una lucha que, en el mejor de los casos, nos queda medio siglo atrás, y a veces ni siquiera eso.

Convertido en causa romántica para una izquierda antifranquista que llega medio siglo tarde, el Sáhara Occidental apenas da ya para comunicados como el publicado por el Festival Internacional de Cine del Sáhara Occidental (FiSahara) y al que se han adherido los turistas del ideal habituales: Javier BardemRodrigo SorogoyenIcíar BollaínJuan Diego BottoCarolina YusteLuis TosarNathalie Poza o Aitana Sánchez-Gijón.

El manifiesto dice lo que cualquiera puede imaginar. Que rodar en el Sáhara equivale a legitimar la ocupación marroquí, que Christopher Nolan debería haberle pedido permiso a los saharauis (es decir al Frente Polisario) y que “no le van a quitar ojo” a las compañías que pretendan trabajar en el Sáhara, quiera decir lo que quiera decir eso.

Lo interesante es que ninguno de los actores abajofirmantes ha hecho referencia alguna al papel del PSOE de Pedro Sánchez en el asunto. Un papel, por cierto, que coincide al 100% con la posición defendida por la administración Trump.

Y digo «sorprendentemente» porque el hecho de que el Gobierno español haya adoptado palabra por palabra la misma posición que Donald Trump, cuando en todo los demás hace un evidente esfuerzo por desmarcarse de él, incluso cuando eso perjudica gravemente los intereses españoles, es la prueba de que hay intereses socialistas en Marruecos de los que no sabemos nada, sobre los que nadie ha dado jamás una explicación y que podrían alimentar docenas de manifiestos actoriles.

Pero, por lo que sea, los actores españoles han decidido que la solución al conflicto del Sáhara pasa en mayor medida por Christopher Nolan que por Pedro Sánchez.

Y eso a pesar de que tanto la la AECI (Agencia Española de Cooperación Internacional) como el Ministerio de Cultura español retiraron sus subvenciones del Festival Internacional de Cine del Sáhara Occidental (FiSahara) hace ya tiempo, lo que también podría haber estimulado la firma de otra media docena de manifiestos.

Por lo que sea, lo de Nolan es más importante que lo de Sánchez.

En realidad, quien va a solucionar el conflicto del Sáhara Occidental es Estados Unidos, que parece ya muy cerca de abrir, como lleva anunciando desde hace años, una sede diplomática en Dajla. Un hecho que certificaría de facto la soberanía marroquí sobre el territorio y que sería el primer paso para la conversión de la ciudad en el mayor centro económico del norte de África dada su condición de punto de conexión casi perfecto entre el continente americano, Europa y África (a través de Mauritania).

De hecho, el PIB per cápita de la región de Dakhla Oued Eddahab, donde se encuentra Dajla, es casi el triple que la media nacional marroquí (85.669 DH en 2018 por un promedio nacional de 31.473 DH), lo que confirma que el Sáhara Occidental está bastante más cerca de convertirse en el Hollywood africano que de transformarse en el Arrakis de los fremen saharauis en eterna lucha contra los Harkonnen marroquíes.

En cualquier caso, por mí que no quede: desde esta humilde columna exijo la dimisión de Christopher Nolan como presidente del Gobierno español y la entronización de un nuevo Muad’Dib en la Moncloa.

Y si se apellida Bardem, mejor.