JUAN CARLOS GIRAUTA-ABC
- El sanchismo no solo ha trucado la democracia; ha podrido el alma de una ciudadanía capaz de reconocerse sin vergüenza
Que a Sánchez le vote ese, los que son como él y los que han prolongado unos años su poder y su estatus pagando con la moneda robada de la dignidad nacional. Los que han visto satisfecha un tiempo su vanidad con compensaciones que, sin ir muy allá, muchos de ellos no habrían obtenido ni en sueños. ‘Dignidad’ les sonará a chino, y el que la conozca siempre encontrará el modo de casar su interés personal con un nuevo concepto de interés colectivo: es por el bien común. Sánchez y Marlaska lo hacen por nosotros. Bien, es probable que Sánchez en concreto no tenga ninguna necesidad de buscar subterfugios morales, pero seguramente sí que lo precise quien un día «destacó por la instrucción de causas contra la banda terrorista ETA, prohibió manifestaciones de la izquierda abertzale y ordenó la entrada en prisión de Arnaldo Otegi.» (Wikipedia, y en esto no miente ni sesga ni retuerce los hechos la ideologizada enciclopedia). Que le vote Txapote y que le voten los incapaces de entender que, en la historia de un pueblo, veinticinco años no son nada, y que si se trataba de acabar haciendo lo que exigía la ETA para no matar a Miguel Ángel Blanco, mejor hacerlo entonces y salvarlo. Pero ahora, ¿precisamente con el mismo que le descerrajó a nuestro mártir civil dos tiros en la cabeza? Que le vote él.
Cuando Aznar comunicó a los padres del concejal de Ermua que el Estado no iba a ceder a las exigencias de los terroristas que habían secuestrado a su hijo, no era el líder de un partido político de un cierto color ideológico el que hablaba. Era la voz del Estado recordando la lógica de lo aceptable y de lo inaceptable, la superioridad de la civilización frente a la barbarie, el imperativo de no ceder a la amenaza, el recordatorio de que el Estado de Derecho no agacha la cabeza ante una banda de asesinos. Era la razón democrática la que se dirigía a los Blanco desde el otro extremo del hilo telefónico. En un país que tuviera ganas de sobrevivir como comunidad de hombres libres, lo que entonces se decidió debería ser inamovible. No ya como estrategia, sino porque la vida de un hombre había quedado entre dos fuerzas antagónicas en un pulso sobre la política penitenciaria. Y esa vida se había perdido tras un infierno de tres días: secuestro, ultimátum, espera, tortura, asesinato a sangre fría del inocente al que ya habían roto antes de que Txapote –el que tiene que votar a Sánchez– apretara el gatillo. Y volviera a apretarlo. Y decidiera no apretarlo una tercera vez para no ahorrarle la agonía a Miguel Ángel.
El sanchismo no solo ha trucado la democracia; ha podrido el alma de una ciudadanía capaz de reconocerse sin vergüenza. Hasta el más tonto –y hay unos cuantos– sabe que darle al gobierno vasco la competencia de prisiones y acercar a los carniceros no son dos decisiones sino una. En dos partes. Que le vote Txapote y demás beneficiarios del sanchismo.