Rebeca Argudo-ABC

  • Él, pobre presidente de todos los españoles, aún habiendo podido y querido actuar, se ha visto obligado a no hacerlo. Nadie se lo ha pedido

En una reformulación posmoderna y miserable de aquel despótico «si no tienen pan, que coman pasteles», acuñaba Pedro Sánchez, nuestra particular e inmerecida María Antonieta revivida, la frase que, de existir justicia aunque solo fuese poética, debería ser su epitafio político: si necesitan ayuda, que la pidan. No se refería a un país lejano asolado por una hambruna, o uno vecino devastado por un desastre natural inesperado, o uno hermano golpeado por una guerra. No era solidaridad y empatía con otro territorio necesitado al que uno brinda su desinteresada cooperación y auxilio. Hablaba, en comparecencia institucional, de la Comunidad Valenciana, una de las 17 comunidades autónomas de nuestro país, y de la catástrofe por lo que ahora se ha dado en llamar DANA (y que siempre ha sido allí la gota fría). La cifra oficial de fallecidos en el desastre es, en este momento, de 211. En Valencia, que nos hemos criado subiendo unos a hombros de otros y estirando los bracitos para intentar llegar a los azulejos en los que se lee todavía «hasta aquí llegó la riada del 57», los más de ochenta muertos de entonces («en realidad fueron cientos», repetían nuestros mayores) han sido siempre la unidad de medida de la tragedia. Todo era, para nosotros, más o menos grave que la riada del 57. Ahora, 67 años después y habiéndonos volado el gris medio por la vía de urgencia, cuando estábamos convencidos de que aquello no podría volver a ocurrir porque esta España ya no es la que era, dice Pedro Sánchez, presidente del Gobierno de todos, que, quien quiera ayuda que la pida.

Hablaba María Antonieta, digo Sánchez, con el tono engolado y mecánico de las grandes ocasiones para decir que él se desentiende. Y lo hacía como si se tratase del presidente del gobierno de un estado confederal y no el de la nación española. Dejando claro en cada frase que la responsabilidad de todo esto no es suya (quede claro a todos), que es exclusivamente de Mazón, el presidente del Gobierno de la Comunidad Valenciana, que no le ha pedido ayuda. Y que él, pobre presidente de todos los españoles, aún habiendo podido y querido actuar, se ha visto obligado a no hacerlo. Porque nadie se lo ha pedido. Le ha faltado preguntar, como si de la madre de un párvulo gamberrete se tratase (dedo enhiesto, gesto severo) que cómo se piden en esta casa las cosas. ¿Se piden por favor o se piden tirándose al suelo y pataleando enrabiado? ¿Qué es eso de ahogarse, de perderlo todo, desaparecer familiares y amigos, destrozar accesos, anegar ciudades? ¿Es esa forma de pedir las cosas?

Dice Pedro Sánchez (cuatro días después, 211 muertos después, cientos de desaparecidos después) que si Valencia necesita algo, que lo pida. Y lo que en su cabeza debía de sonar solemne y épico ha sonado a escaqueo, a cálculo político y a poner el daño al rival por delante de asumir el control y salvar vidas. Es lo que pasa cuando coinciden en el espacio y en el tiempo una tragedia, un pusilánime incompetente y un narcisista amoral.