Qué mal nos aqueja

Juan Carlos Girauta-ABC

  • Nuestros deplorables gobernantes creen que solo existen los valores europeos y los identifican con el cogollo bruselense

Busca el perplejo las causas del desmoronamiento nacional, de la decadencia interna, de la insignificancia externa, de la flojera colectiva, de la abulia. Repara en el atroz vacío creativo: silencio o leccioncitas. No puede ser culpa solo del miedo al qué dirán, que siempre estuvo ahí. No acierta el perplejo a dilucidar si el ingenio se ha muerto o ha escapado hacia un destino ignoto. Ojalá estuviera equivocado el perplejo, que somos usted y yo, y esto no fuera un páramo. Ojalá resucitara Julián Marías, dulce y firme, y volviera a mostrarnos la vegetación, y reconociéramos un mérito a la España del siglo XXI, y viéramos luces que se nos habían escapado. Difícil, puesto que una sola luz liquida la oscuridad.

Así que coge el perplejo y decide averiguar por qué nos pasa lo que nos pasa. Gesto trascendental, ojo: el mandato primero de la filosofía occidental es conocerse. Y el perplejo empieza descartando lo obvio, los efectos deletéreos de la pandemia, puesto que, siendo graves, son también generales en el mundo. Y se figura el perplejo varios factores que algo tendrán que ver con nuestra renuncia a vivir como nación, ya que coinciden o convergen en el tiempo. Y el tiempo en que España ha renunciado a sus consecuciones democráticas, se ha plegado al designio de los peores, ha consentido ser gobernada desde la más grosera mentira y ha resuelto jubilarse en lo moral, es este: los finales de la segunda década del siglo XXI. Con lo que tú habías sido, mi amor, mi pasión, mi pedazo de civilización, mi razón social: España, sociedad muy limitada. Y como en nuestro parnaso sobran los jeremías ombliguistas, el perplejo va a asomarse al exterior. Procedamos.

Nos debilitan fantasmagorías que ocupan nuestra mente. También es algo general, pero aquí se ha renunciado a educar y, por ende, nuestra juventud es más vulnerable. Los engendros proveedores de dopamina y de depresión -según la posología escogida- son hijos de seres como el magnate Zuckerberg. El tipo, por cierto, parece estar digitalizándose entero y va cobrando un interesante aspecto de robot. Se trataba de creer, con Roberto Carlos, que todos teníamos un millón de amigos, pero lo que hay son suicidios crecientes y vidas malogradas por los duros antiguos de Cádiz, digo de Menlo Park, California.

Para más inri, la realidad misma es objeto de gran escepticismo, cuando no de abierta negación, por la Academia. Y la Academia, quién lo iba a decir, ejerce un notable peso sobre la sociedad, aún iletrada. Solo que sus endogámicos juegos universitarios con el relativismo cultural, moral y cognitivo dejan ver sus efectos con unos veinte años de retraso.

Hay otros elementos. Nuestros deplorables gobernantes creen que solo existen los valores europeos y los identifican con el cogollo bruselense. Como si Europa no fuera Cervantes, Shakespeare, Dante o Goethe sino la impotencia auto referencial.