Por primera vez, parece que ha surgido un mundo sensato que te reconcilia con la humanidad que te rodea. Todos están de acuerdo en que lo de Batasuna no es suficiente, y te apetece formar parte de ese mundo. El problema de verdad es que nos dejen en paz y nos dejen ser transversales a las personas, ser de unos unas veces y de otros otras.
Creíamos que teníamos el derecho de no ser de los nuestros, de poder ser tú y yo, pero nos adscribirán y creerán que decimos cosas por no se sabe qué ladino interés o nos achacarán cosas que nunca dijimos, y eso que hemos dicho muchas. Tenemos que encontrarnos con el de enfrente como si fuera un gigante cervantino, buscarle una extraña razón a su opinión: o me criticarán por la preocupación que expreso, o por el miedo, que creíamos que eso era al menos libre, y no nos dejarán dejar de ser de los nuestros. Tendrás que ser de algún bando, tendrás que tener algún interés, porque si no se entiende; podría haber sido una ocurrencia propia, pero no te creerán.
Quizás sea que todo ya estuviera pensado en este retorno hacia lo obvio. No estamos aquí por casualidad, ni hablamos la mayoría español por casualidad, y la mayoría no se va hacia el sur a veranear por casualidad. Lo que parece menos causal, o la menos de causa más reciente, es que alguien se vuelva esquizofrénico por no dominar el euskera, o se convierta en un radical patriota de una patria que de verdad, de verdad, sólo existe, parcialmente, desde hace veinticinco años. Antes era una entelequia para soñadores y la construían con todo detalle, pero sólo en sus imaginaciones.
El problema es que se puede soñar cualquier cosa, pero todo tiene un límite: el de escaparse demasiado de la realidad. Y dirán que no les dejas ir más lejos, pero es que tú tienes también el derecho de sentirte límite cuando opinas que te quieren llevar demasiado lejos, que no te apetece llegar a lo desconocido, a lo que no conoces y sospechas solamente malo y preocupante. Cuando antes te han metido miedo, tienes perfecto derecho a considerar que lo que viene a continuación es para tener miedo.
Pero, por primera vez, parece que ha surgido un mayoritario mundo sensato que te reconcilia con la humanidad que te rodea. Todos están de acuerdo en que lo de Batasuna no es suficiente, y te apetece formar parte de ese mundo. Que hasta que no condene el terrorismo y pida a ETA que pare, no habrá manera de articular un diálogo político con Batasuna. Demasiado mito ha sido la violencia de ETA para que de buenas a primeras, sin ningún síntoma previo -a excepción de los que sí padecen las consecuencias de la violencia; Pakito y los otros cinco que están en la cárcel-,nos hubiéramos despertado con que nos sorprende haciendo a ETA un llamamiento para que pare.
Quizás al 95% de los que estuvieron en el Velódromo de Anoeta la violencia les haya salido gratis; pocos de ellos se ven con la amenaza de algún riesgo serio. No es como en Irlanda, que el riesgo lo corrían no sólo los del IRA, sino que cualquier católico de los barrios-gueto padecía las consecuencias de la violencia en su cuerpo. Demasiado sorprendente hubiera sido una ruptura con el mito aglutinador de ese mundo, con la garantía de la pureza de las reivindicaciones pendientes, con la vanguardia incansable, aunque ahora las detenciones le hayan dejado en silencio.
Por eso le resulta a uno gratificante estar con esta mayoría -aunque sea coyuntural-, que opina que lo de Batasuna no ha sido suficiente, que su respeto al terrorismo de ETA hace imposible descubrirla como un interlocutor político, desde el PNV a IU, pasando por los partidos que ya sabíamos que iban a estar disconformes. Al menos ha existido ese criterio mayoritario, que probablemente ya esté matizando el lehendakari al descubrir algún elemento positivo a explorar con Batasuna, pero de momento formo parte de un buen conjunto de personas que están de acuerdo, que no son los míos, ni los nuestros, pero, de momento, lo celebro.
Como ven, eso de ser de los nuestros o de los suyos tiene que ver muy poco con la transversalidad de una sociedad moderna, en la que no creo que tengan que ser especialmente transversales los partidos, los primeros en decir de quién eres y con quién estas. El problema de verdad es que nos dejen en paz y nos dejen ser transversales a las personas, ser de unos unas veces y de otros otras. La opinión única es del centralismo democrático: mucho centralismo y poco democrático.
Eduardo Uriarte Romero, EL PAÍS/PAÍS VASCO, 18/11/2004