La foto de la conferencia de presidentes autonómicos no es la representación de la soberanía popular, que está en las Cortes. Estaban representadas las partes territoriales del Estado, pero la Constitución no asume hoy un sumatorio de diferentes partes. Se corre el riesgo de que se interprete el encuentro como una sustitución y la lectura de un proyecto confederal de España.
El encuentro en el Senado de todos los presidentes de las autonomías, a pesar de las incertidumbres que suscita, no cabe menos que considerarla como un éxito de Rodríguez Zapatero y Jordi Sevilla. No se había visto nunca en el pasado algo igual, quizás por el temor de los anteriores presidentes a abrir el nebuloso futuro esbozado en el Título Octavo de nuestra Constitución. Es posible que en el caso de Zapatero no le quedase más remedio que aceptar este viaje, todavía a lo desconocido, tras el reto que le supone el plan soberanista de Ibarretxe y el más moderado de Maragall. Quizás pueda convertir la necesidad en virtud.
De momento, la foto supone todo un logro político. Un logro cuya primera consecuencia es desdramatizar la situación política generada por las pretensiones del nacionalismo periférico y haber encontrado una respuesta responsable y constructiva por parte de los presidentes del PP. Un encuentro deseable en otras parcelas de nuestra vida política.
Lo realmente noticiable era la presencia de Ibarretxe. Los comportamientos caudillistas son impredecibles y, mientras que en la ponencia del Parlamento vasco que debate su plan el portavoz socialista declaraba que lo que se estaba proponiendo no es más que la antesala de la independencia, el lehendakari se presenta en una reunión con los demás presidentes, amortiguando la excepcionalidad del caso vasco. Sin embargo, ha logrado mantener su primigenio talante de diálogo -quién más dialogante que él-, intentando dar la imagen de que su plan en nada es traumático, es dialogable en cualquier parte, incluida la reunión de presidentes autonómico, una amable secesión, recuperando un centro político que el talante de Zapatero y la reforma estatutaria promovida por el PSE, le estaban arrebatando. Todo ello sin que ceje en su plan en el Parlamento vasco.
Pero la ejemplar reunión de presidentes crea un precedente que necesariamente hay que ir enmarcándolo en el ordenamiento constitucional. La buena foto no es la representación de la soberanía popular, que está en las Cortes. Estaban representadas las partes territoriales del Estado, pero no hay ordenamiento constitucional que asuma hoy un sumatorio de diferentes partes, por lo que se corre el riesgo de que se interprete dicho encuentro como una sustitución y la lectura de un proyecto confederal de España. Ya no queda más remedio que potenciar la reforma territorial desde las mismas Cortes, buscando el necesario consenso con el PP, a riesgo de que esta conferencia de presidentes acabe considerándose un órgano paralelo.
Si lo que se desea es la coparticipación y corresponsabilización de las diferentes entidades autónomas en la política general de España, eso se llama federalismo. Es verdad que en el pasado acabó teniendo mala imagen tras el desmadre cantonalista de la I República, pero también entonces las condiciones para un sano parlamentarismo y una democracia real no eran las mismas. Muchos creían que el sistema surgido de la transición no iba a durar nada, porque no había habido ruptura, y quizás por ello ya va por veintiséis años. La posibilidad de articular la autonomía con la centralidad estriba en la potenciación de un mayor racionalismo, que puede ir en detrimento de la inspiración en la tradición que existe en nuestra Constitución y que no es tan traumático hoy como lo hubiera sido hace veintiséis años.
Ha sido sólo una foto, pero los resultados de la conferencia serán positivos si supera lo que tuvo de mera imagen y sirve para articular de una vez por todas el centro con la periferia, y en ningún caso para alentar un viaje que de lo desconocido pase a la secesión. Una circunstancia ésta que en ninguna latitud del mundo ha sido amable para los que la han tenido que padecer.
Eduardo Uriarte Romero, EL PAÍS/PAÍS VASCO, 3/11/2004