IGNACIO MARCO-GARDOQUI-EL CORREO

El problema de la inflación es el más complicado de todos a los que nos enfrentamos. En primer lugar, porque la mayoría de los factores que la empujan proceden de ámbitos en los que nuestra capacidad de actuación es muy escasa o nula. Los precios de la energía han enloquecido por una mala adecuación entre la oferta y la demanda mundiales y por la mala suerte que supone que el enfrentamiento bélico actual haya sido provocado por un país del que tenemos una dependencia suicida. Pagamos los graves errores cometidos al orientar la generación de electricidad y planificar nuestros abastecimientos. Lo que son las cosas. Los que siempre admiramos a la canciller Merkel nos hemos quedado atónitos al comprobar cómo sus decisiones en materia de la gestión de gas fueron tan desastrosas. Total, que ahora tenemos que gestionar una situación de precios tremenda que no va a ser ni transitoria ni endeble, como nos habían pronosticado todos los listos del Gobierno y de las instituciones políticas y financieras.

Ya hemos comentado la larga lista de consecuencias negativas que una subida de precios de casi dos dígitos tiene para la economía. Pero hay más implicaciones negativas. Por ejemplo, para el propio Gobierno. Puede intentar desviar la atención del problema, pero tras tres días de su ‘resurrección’, Franco aburre, y tras tantos meses de aventarla, la corrupción termina por astragar. Máxime cuando el PSOE tiene a dos presidentes en la antesala de la prisión pendientes solo de la última apelación, y cuando aparecen episodios similares que le salpican en Valencia.

La inflación derriba gobiernos y no se puede camuflar. Te lo recuerda a diario el frutero, te habla de ella el carnicero, te enfrentas a ella cada vez que cargas gasolina al coche, y si vas a la pescadería es mejor que antes atraques un banco… Demasiada presión y demasiado constante.

¿Qué ha hecho hasta ahora el Gobierno? Poco. Básicamente, rebajar el precio de los carburantes -una rebaja laminada ya por las alzas posteriores- y diseñar un sistema de tope del gas que, dada su urgencia, iba a entrar en vigor al de tres o cuatro semanas y que lleva ya más de dos meses viajando de Madrid y Lisboa a Bruselas y vuelta. Ahora va a prolongar lo primero. ¡Qué menos!, cuya eficacia es descriptible y ¿qué más va a hacer? Nada. No hay planes para aumentar la competencia y liberalizar una distribución que amplifica los precios de manera exagerada, ni hay ‘autoritas’ para negociar un plan de rentas que evite la segunda ronda de la inflación. ¿Es poco? Es insuficiente.