Una sola entrevista, la primera de la legislatura, ayer jueves en La 1, le ha servido a Pedro Sánchez para generar dos nuevos conflictos diplomáticos. El primero, con Israel, que ayer llamó a consultas a su embajadora en España. El segundo, con Italia, que respondió por boca del ministro de Exteriores italiano, Antonio Tajani.
Ambos choques, absolutamente innecesarios desde el punto de vista de EL ESPAÑOL, se suman al que parece querer gestar el Gobierno con el nuevo presidente argentino, Javier Milei, al que el presidente español incluye una y otra vez en el saco de la extrema derecha, como hizo el pasado domingo en su acto en IFEMA.
Durante su entrevista en La 1, Sánchez afirmó tener dudas de que Israel esté «sometiendo sus acciones al derecho internacional humanitario». «Dadas las imágenes que estamos viendo y las cifras crecientes de muertos, sobre todo de niños, tengo francas dudas de que lo estén haciendo».
Las declaraciones de Sánchez, que llueven sobre mojado tras el conflicto generado por el presidente durante su visita a Israel de la semana pasada, provocaron la llamada a consultas de la embajadora israelí en España, una muestra de fuerte malestar diplomático y que podría ser el paso previo a la ruptura de relaciones.
En la misma entrevista, Sánchez arremetió contra el Gobierno italiano, calificándole de «gobierno de ultraderecha» y parte de una «ola reaccionaria». También lo utilizó como ejemplo de lo que podría haber pasado en España si Alberto Núñez Feijóo hubiera sido investido presidente. Una doble falacia, ya que ni el gobierno italiano, una coalición de tres partidos, puede ser calificado de extrema derecha, ni Feijóo se presentó a la investidura para gobernar con Vox, sino en solitario.
EL ESPAÑOL no comprende cuál es el objetivo y la estrategia detrás de los insultos a gobiernos de países hasta ayer aliados de España. Especialmente dada la debilidad de un presidente que ni siquiera ganó las elecciones en su país, como sí hicieron Netanyahu, Meloni y Milei, este último superando ampliamente el 50% de los votos.
Sánchez parece hablar como el líder autoinvestido de un imaginario bloque progresista mundial atrincherado frente al auge de una presunta ultraderecha en la que milita todo aquel que al presidente le conviene asimilar al PP y a Vox.
Sánchez está así trasladando a la política exterior su política interior, olvidando que esta última se basa en una falacia propagandística: la amenaza de una extrema derecha sin opciones reales de gobernar hoy en España.
¿En qué beneficia ahora una crisis diplomática con Italia, aliada de España, pero también un rival que ha aprovechado de forma inteligente la quiebra de las relaciones entre nuestro país y Argelia en el terreno energético?
¿En qué nos beneficia una crisis con Argentina cuando España tiene interés en alcanzar un acuerdo UE-Mercosur antes del fin de la presidencia de turno del Consejo de la UE?
¿En qué nos beneficia una crisis con Israel, la única democracia de una región que se enfrenta en estos momentos a un grupo terrorista que ejecutó el pasado 7 de octubre la mayor matanza de judíos desde el Holocausto?
Esta política de tierra quemada, que obliga además al presidente a enemistarse con cualquier nación en la que un partido o una coalición de derechas gane las elecciones, no es sólo «relato». Y tendrá secuelas a medio y largo plazo.
El presidente debería tener en cuenta que sus ofensas no se desvanecerán como sus promesas electorales. Porque lo que en el plano interno puede ser aceptado acríticamente por sus votantes como parte de una fantasiosa lucha contra «la extrema derecha», en otros países es interpretado no como un ataque a políticos de supuesta «extrema derecha», sino como una ofensa a la nación en pleno.