Ferran Caballero-El Español
  • Lo que de verdad está aquí en disputa no es quién tiene derecho a vivir en sus sagradas tierras, ni quién tiene derecho a un Estado, sino quién tiene derecho a reclamarse víctima ante la historia.

Celebran en Israel y celebran en Palestina y celebramos también nosotros, así en general, que la guerra haya terminado, que los secuestrados regresen a casa y que Hamás haya sido (casi, parece, de momento) derrotado.

Pero hay un grupo de irreductibles, de gente seria y analítica, que no se deja llevar por las emociones, la propaganda y el optimismo.

Que no se cansa de recordarnos que el genocidio sigue y que seguirá hasta que lo digan ellos, que por eso son más buenos y más listos que los demás.

Lo que quieren decir, y dicen cada día de forma más explícita, es que genocidio no es algo que Israel, y mucho menos Netanyahu, hagan o practiquen, sino algo que Israel es.

Israel es genocida en esencia porque su mera existencia implicaría la destrucción de esa Palestina que abarca desde el río hasta el mar y que es la única que saben imaginar libre y en paz.

Ellos saben bien por qué. Era algo implícito en su propaganda de guerra.

Algo que cada vez, y siempre en contra de los tempos de la paz, van diciendo más alto y más claro.

Y esto no se explica, como pretenden, reescribiendo la historia de Israel, sino la de su propio antisemitismo. Porque si de algo ha servido esta guerra en Europa es para descargar al antisemitismo de prejuicios.

Sigue siendo un antisemitismo de origen religioso, como antaño. Pero pagano ahora en sus formas y expresiones. Como demuestra la insistencia machacona con la que siguen hablando de genocidio.

Con la que siguen repitiendo la palabrota cada vez que hablan del tema y varias veces en cada frase, en cada condena.

Es lo que hace que todas las noticias, declaraciones y debates sobre el tema parezcan ya un sketch de Monty Python.

La insistencia machacona en el genocidio cumple perfectamente con la función del mantra. Que, como es sabido, consiste en no dejar espacio para pensar. Es decir, para discutir o para discrepar.

Y sirve perfectamente, por lo tanto, para reafirmar al convencido, para silenciar al dubitativo y para señalar al discrepante.

Y así ha servido perfectamente a la función de que muchos se hayan tomado muy en serio el tour promocional de Ada Colau y compañía.

Y ha servido, también, para que muchos se hayan convertido en el chivo expiatorio de todos los problemas de este país, que ya no recuerdo cuáles eran, pero que sé perfectamente que son culpa de los genocidas de la oposición.

Esto es un genocidio porque los de Ska-P ya lo decían hace años. Y lo decían ellos y tantos otros de esta guerra. Y de la anterior. Y de la de un poco más atrás.

Como se decía incluso de la paz que quizás algún día habrán gozado los israelíes, pero siempre a costa de hacer con los palestinos lo mismo, «exactamente igualito», que los nazis hicieron con ellos.

Nadie hace tanto para mantener vivo el holocausto como nuestras mentes críticas, ergo propalestinas.

Y esta insistencia en el palabro, esta crueldad con la que constantemente tienen que acusar a los judíos de la peor atrocidad que han sufrido en su historia, este constante culpar a la víctima(y que tanto se critica cuando la víctima llevaba la falda muy corta y dos o tres copas de más), es el recurso fundamental de nuestro antisemitismo.

Porque pretende despojar al judío de la superioridad moral que la condición de víctima tan generosamente otorga en esta nuestra era del victimismo.

Tienen que insistir en que cualquier cosa, cualquier barbaridad incluso, que hagan Israel o los judíos es genocidio. Y tiene que ser genocidio.

Y es genocida discutirlo, negarlo o cuestionarlo, porque sólo así los judíos dejarán de ostentar la hegemonía del victimismo.

La superioridad moral que los nazis «regalaron» a los judíos se les hace, a tantos aspirantes a la suprema condición de víctima, simplemente insoportable.

Lo que de verdad está aquí en disputa no es quién tiene derecho a vivir en sus sagradas tierras, ni quién tiene derecho a un Estado, sino quién tiene derecho a reclamarse víctima ante la historia y quién tiene derecho a hablar dictar sentencia en su nombre.

Cambian los dioses, y cambian los tiempos, y cambian incluso las formas sacrificiales. Pero los judíos siguen siendo el pueblo elegido. Para ser sacrificado, en sagrado holocausto, ante nuevas divinidades paganas que, como siempre, piden sangre.

Como dijo Leo Strauss, Dios creó al pueblo judío para demostrar a los demás pueblos la imposibilidad de la redención.