Hace ya años que no brindo con deseos de paz; nada de grandes conceptos, que se manipulan y resultan ser lo contrario de lo que anuncian. Brindo con el deseo humilde de que el año que viene no sea peor, que nos dejen como estábamos, sin grandes expectativas, sin ilusiones fabricadas. Que los problemas, como siempre, ya los resolveremos.
No acaba el año bien. Para colmo, la lotería cae donde nunca caía, demostrándonos que Soria existe, pero haciéndonos perder a los vascos una millonada en una de las pocas cosas que seguimos llamando nacional, aunque la instituyera Carlos III mucho antes de que se usara tal calificativo. Se acaba el año con un Santo Tomás en el que se nos anima a estudiar euskara entre llamas. «Estudia euskara» era el rótulo publicitario del autobús incendiado en San Sebastián, y un zulo negro con explosivos nos llama a la realidad tras un año de ilusiones que se acaba con todas ellas truncadas.
Pero le seguimos echando valor yendo los bilbainitos y bilbainitas, forasteros y los de afuera -como ponía un rótulo de bienvenida años atrás en Plentzia la Gallarda, que creía que forastero y los de afuera eran cosas diferentes-, al Arenal a comer talo con txistorra a precio de caviar iraní, bajo una pancarta pendiente de la Iglesia de San Nicolás toda la jornada recordando a De Juana Chaos mientras unos pocos días antes al féretro de Loyola de Palacio le desnudaran de las banderas europea, española y la ikurriña a la hora de entrar en la parroquia de Berriatua. Seguimos echándole moral como si todo siguiera igual, con ganas de gozar hasta del último sorbo de nuestras energías y de nuestra vida, esperando que la comunión en la eucaristía del talo con chorizo nos transustancie en el cuerpo místico de la euskaldunidad y en él podamos aguantar, salvo accidente, las tormentas que pudieran desencadenarse. Evidentemente, obviando todo problema, porque no es lo más sensato gozar del talo bajo el nombre de uno que está en huelga de hambre, pero la posmodernidad o el cinismo, sobre todo esto último, con su capacidad de sincretismo, es capaz de cualquier cosa.
Se nota que a mí nunca me ha gustado demasiado la Navidad, porque siempre me ha llevado a ver los problemas en estas fechas más que en otras. Se nos exige en estos días ser bobalicones, pero yo siempre me acordaba de los niños huerfanitos del Tercer Mundo que no iban a tener qué comer ni muñecas de Famosa que recibir. Por eso, por llevar la contraria, uno es un antisocial, tan antisocial que de joven creyó que para que no se murieran de hambre había que hacer una revolución, la cual, por mucho que la amáramos, resultó que nada resolvía. Que se lo pregunten a los niños en donde triunfó.
Pero también hay en el futuro cosas buenas y no seré yo quien las niegue. Ya acabaron la horrorosa plaza de Indautxu, ya no vendrá en años ningún famoso arquitecto a dejarla peor; en la de Campuzano ya no giran amenazantes sobre los tejados de los vecinos las dos enormes grúas, porque parece que han acabado el aparcamiento, pronto llegará el cortejo municipal a inaugurarlo. También se acabó el del Arenal, y, sobre todo, ya no volverán a convertir nuestros paisajes cotidianos, con muros de hormigón y rejas, en nuestra cárcel de cada día, porque las World Series, las carreras de coche por la villa, ya no las van a volver a hacer después de un sonado déficit económico. Lo del dinero perdido es lo de menos, para eso somos de Bilbao. Lo horroroso era contemplar calles cortadas por barreras recordándonos a los que tenemos la subjetiva memoria histórica al patio del presidio en donde pasamos la juventud. Para unas cosas mucha memoria y para otras ninguna sensibilidad.
Total, que hace ya años yo no brindo con deseos de paz, porque no hay mejor paz, otra vez el cinismo, que la que se argumenta como razón de una buena guerra. Yo brindo por la sencilla amistad, la de amigos, nada trascendente, la de corazón, la capaz de echar una mano a un ser igual. Nada de grandes conceptos, que se manipulan y resultan ser lo contrario de lo que anuncian; el abrazo con los amigos, el brindis para que lo que venga no sea peor, la broma en el oído -«Qué facha te has vuelto». «Pues anda que tú»- y seguir tirando adelante. Con el deseo, humilde también, de que nos dejen como estamos, que el año que viene no sea peor, que no nos resuelvan la vida tras alguna importante rueda de prensa trasladada en titular a cuatro columnas al periódico nuestro de cada día. Que nos dejen como estábamos, sin grandes expectativas, sin ilusiones fabricadas, que los problemas, como siempre, ya los resolveremos, aunque no nos toque la lotería.
Eduardo Uriarte, EL PAÍS, 27/12/2006