Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo
Si el presidente quiere de verdad un acuerdo nacional tiene que precisar su objetivo para que nadie se llame a engaño
El presidente del Gobierno ha lanzado una oferta ‘urbi et orbe’ para acordar lo que se anuncia como una nueva edición de los Pactos de la Moncloa. Hay quien ve en esto una muestra de maestría política y la constatación de una gran visión de largo alcance y ancha generosidad. Y también hay quien supone que es, simplemente, una encerrona para la oposición, que podría quedar enredada y amordazada en un compromiso que tendría la fluidez habitual y la consistencia tradicional del pensamiento presidencial.
Si despojamos a la idea de su nombre, que parece poco apropiado por la gran distancia existente entre las circunstancias que propiciaron el acuerdo del 1977 y las actuales, no cabe duda de que el problema al que nos enfrentamos es de tal magnitud que sería una auténtica bendición, además de una gran sorpresa, que se pusieran de acuerdo todos, o casi, los partidos para adoptar las medidas necesarias para acabar con la pandemia y, después, para encarar la reconstrucción de los enormes daños económicos que va a dejar a su paso.
¿Es esto posible, además de deseable? No estoy seguro. En primer lugar por la talla de los protagonistas implicados. ¿Tiene Pedro Sánchez el nivel de Felipe González? No. ¿Tiene Pablo Casado el nivel de Leopoldo Calvo-Sotelo? No. Tiene Santiago Abascal el nivel de Manuel Fraga? No. ¿Tiene Pablo Iglesias el nivel de Santiago Carrillo? No. ¿Tiene Inés Arrimadas el nivel de Adolfo Suarez? No. ¿Hay alguien en el Gobierno con la experiencia y la altura intelectual de Enrique Fuentes Quintana. No. Vale, no sigo más.
Claro que tampoco hay hoy diferencias ideológicas superiores a las que había entonces. Luego están las circunstancias. ¿Son perores ahora? Yo diría que tampoco lo son. Entonces había gravísimos problemas estructurales de una economía que salía de la autarquía, con una industria de andar por casa (nunca mejor dicho); unas exportaciones centradas en poco más que en las naranjas, un turismo incipiente, unos sindicatos dispuestos a marcar su perfil más exigente y unas empresas minúsculas y paupérrimas, sin experiencia alguna en la competencia internacional. La inflación superaba el 26% y llevaba camino de ‘argentinizars’, mientras que las cuentas de Estado tenían agujeros por todas partes.
Sin embargo hoy, tenemos una economía mas robusta (¡lo es!) con empresas internacionalizadas, de mayor tamaño, con presencia en todos los mercados y con sindicatos más experimentados. El problema no es interno, aunque nos coge con muchas debilidades, y nos llega del exterior de la economía y del país. Es muy grave, pero, podemos esperar que será menos duradero.
Así que tenemos derecho a preguntar, ¿de qué habla el presidente cuando habla de la reedición de los Pactos de la Moncloa? ¿Se trata de pactar unos presupuestos de guerra para los dos próximos años? ¿Se trata de pactar una posición común en Europa y en la canalización de las ayudas que se han decidido? ¿Se trata de progresar en la nacionalización de sectores básicos al amparo de las circunstancias? ¿Para qué quiere a la oposición, para elaborar ideas comunes o para que le apruebe las suyas?
Más aún. ¿Quiere Pedro Sánchez de verdad un gran pacto? Entonces, ¿por qué razón ha empezado por insultar a la oposición (Adriana Lastra se lució el jueves en el Congreso)? ¿Por qué ningunea a empresarios y autónomos y les anuncia medidas impuestas y no pactadas? ¿No piensa contar con ellos? Si no es una operación de márketing, un globo sonda dirigido a desviar la atención de otras equivocaciones, debería plantear claramente el objetivo que persigue y delimitar el terreno de juego. El partido se jugará después, pero el reglamento debe de decirlo él y con claridad. Aunque solo sea para que nadie se llame a engaño.
Quiero pensar que la mayoría de los ciudadanos preferiríamos un gobierno de coalición entre PSOE, PP y Cs con apoyo del PNV. Con los independentistas catalanes no deberíamos contar y Podemos no ayuda. Sobre todo en Europa. Pero, ni lo sueñe. Para Sánchez, romper con Podemos es romper con su pasado y, lo más doloroso, con su futuro y eso no sucederá. Salvo que el tsunami le arrastre, claro.