EDITORIAL-El Debate
  • Las maniobras bélicas de Rabat cerca de Canarias añaden otro capítulo más a la insólita actitud sumisa del Gobierno ante su descarado vecino

El inicio de unas maniobras bélicas de la Marina Real de Marruecos, a escasas cien millas de Canarias y sin ningún preaviso formal conocido, se suma a la larga lista de capítulos marcados por la misma sensación de que, de unos años para acá, todos son excesos de Rabat y todo son concesiones, humillaciones o silencios de Madrid.

En este caso, el aviso llegó extraoficialmente gracias a la flota pesquera, advertida de que durante tres largos meses iba a sufrir dificultades para faenar en aguas cercanas al Sáhara, elegidas por Mohamed VI para lanzar un mensaje evidente de propiedad del espacio, algo que discute el ordenamiento jurídico internacional y no parece estar dispuesto a aceptar sin más la Unión Europea, al menos en los relativo a la pesca.
Sea esa o no la razón que ha llevado a Marruecos a hacer un gesto de fuerza, el resultado es el mismo: una ofensiva hostil, en términos diplomáticos, incompatible con el derecho, la buena vecindad y las supuestas relaciones históricas que, según dijo hace escasas semanas, España mantiene con Rabat.
Las explicaciones ofrecidas por el ministro de Asuntos Exteriores, tardías, a regañadientes y escasas, son a todas luces insuficientes: no desmintió el carácter unilateral del despliegue militar; no mostró una oposición rotunda a la apropiación de la zona y, en una patética intervención, se limitó a congratularse de que las fragatas y patrulleras alauitas estuvieran más lejos de Canarias de lo que se pensaba.
La indisimulada escalada de Rabat coincide con otros movimientos y declaraciones que descartan el carácter rutinario o anecdótico de este despliegue y lo incluyen en una estrategia general de ofensiva invasora hacia el entorno de Canarias, el Sáhara y, desde luego, Ceuta y Melilla, cuya españolidad ni ha reconocido ni reconocerá nunca Mohamed VI.
Si a esto se le suma el recrudecimiento de la presión migratoria, la negativa a abrir las fronteras comerciales con las dos Ciudades Autónomas o el retraso en la concesión de visados; puede concluirse que las «relaciones históricas» citadas por Sánchez son, en realidad una cadena de éxitos para Marruecos y de insólitos desprecios para España.
Una sensación que se intensifica al recordar los prolegómenos de la relación bilateral, resumidos en un inexplicable volantazo protagonizado, de manera personalísima y sin contar con nadie, por el líder socialista, que llegó a prescindir incluso de despachar asuntos decisivos con el Rey, tal y como desveló El Debate, para sonrojo general.
Porque en dos años, el Gobierno pasó de recibir clandestinamente al máximo mandatario del Frente Polisario, Brahim Ghali, considerado el enemigo público número 1 de Marruecos; a renunciar a la ascendencia española del Sáhara, sin ninguna contrapartida ejecutada desde entonces.
Y entre medias de ese misterioso giro copernicano, la única novedad conocida fue el episodio de espionaje al teléfono personal de Sánchez, atribuido a los servicios secretos marroquíes por la propia Unión Europea, sin ningún desmentido de nadie.
La presencia de la esposa de Sánchez durante unos años en la zona, como directora del África Center del que salió sin razones conocidas y explicadas, solo contribuye a aumentar la rumorología estimulada por el sorprendente fallo en la custodia de las comunicaciones de Sánchez.
Y tenga que ver o no todo ello con el actual estado de las relaciones entre ambos países, lo cierto es que los efectos son evidentes: Marruecos va logrando todo lo que quiere, por cesión o imposición, y España no consigue nada de lo que sería razonable.
Que ahora además haya que ver a buques de guerra moviéndose a su libre albedrío no muy lejos de las fronteras españolas, con los antecedentes bochornosos ya conocidos, es cualquier cosa menos tranquilizador y simplemente confirma que Sánchez, por razones obvias, le debe muchas explicaciones a la sociedad española. También en esto.