Alberto D. Prieto-El Español
  • La apuesta del presidente del Partido Popular Europeo es afianzar la hegemonía de la derecha en las instituciones de la UE. Y todo pasa por que Feijóo gobierne España.

Se dice mucho que no hay ningún partido de centro derecha en Europa que pacte con la extrema derecha. O que hay cordones sanitarios. Eso nunca ha sido verdad, y menos después de la victoria de Giorgia Meloni hace unos meses en Italia. Pero sí es cierto que en Bruselas se mira con preocupación que España pase de un Gobierno «con comunistas» a otro «con fascistas»… aunque ni los de Podemos eran como Stalin ni Abascal se asemeja a Mussolini, por supuesto.

Pero en Bruselas hay quien mira con recelo a Manfred Weber, presidente del PP Europeo, por «acercar demasiado» su democracia cristiana bávara a las derechas más conservadoras… incluso invitando a partidos dudosos al seno popular, como el eslovaco Gente Común-Personalidades Independientes, del hasta hace poco primer ministro Eduard Heger. Por eso, el rapidísimo acuerdo del PP y Vox en la Comunidad Valenciana que hará president a Carlos Mazón puede sonar a «ya lo decíamos, ¿veis, veis?».

La apuesta del alemán Weber es afianzar su posición en el EPP y, de paso, la hegemonía de la derecha europea en las instituciones de la UE. Y todo pasa por que Feijóo gobierne España. De ahí que al gallego se le recibiera poco menos que como un salvador de la causa hace un año en el congreso de Rotterdam. Sin Feijóo presidente, el PP Europeo (al menos, tal como lo ha concebido Weber) se tambaleará irremisiblemente.

Pero, siendo un partido cimiento de la Unión, ¿merece la pena pagar el precio de mancharse con los euroescépticos? Es más, ¿cómo se entiende que Feijóo se haya tragado al centro liberal de Cs, incluso fichando hasta ayer mismo algunos de sus cuadros, y ahora se deje ver haciendo manitas con los de Abascal?

Vayamos por partes.

Primero, en el PP Europeo nadie se lo afearía, como acabamos de explicar. Segundo, en España está visto que el miedo a la ultraderecha no ha sido un reclamo electoral eficiente desde que Vox entró en los parlamentos. Y tercero, lo cierto es que en esta amistad de conveniencia hay una estrategia de fondo. Arriesgada, pero la hay. Uno, se hace cuanto antes para que quede lo más lejos posoble del 23-J. Dos, antes que con Vox, Mazón se vio con Ximo Puig y con Joan Baldoví, que le negaron la abstención. Tres, si la izquierda quiere que se vea que el PP pacta con Vox siempre… a la vez se vio que en Canarias el pacto es con los regionalistas; lo mismo que en Cantabria.

Y que en Murcia López Miras los ha marginado hasta para la Mesa del Parlamento autonómico. Y cuatro, el acuerdo manda un mensaje a los votantes que quieren «derogar el sanchismo»: si no venís todos a votar a Feijóo, el presidente tendrá que hacer vicepresidente a Santiago Abascal. O lo que es lo mismo: si queréis un Gobierno moderado y, a la vez, estable: sólo queda el PP, porque la mínima opción que tenga Sánchez de seguir en Moncloa siempre será con el Frankenstein, con más indultos, más leyes del sí es sí, más Guardia Civil expulsada de Navarra… y así.

En Génova aseguran que el debate ya no es Feijóo-Sánchez, sino Feijóo solo o teniendo que buscar aliados. La victoria la dan por descontada, y ya sólo trabajan por que ésta sea verdaderamente arrasadora. Pero ¿no decía ayer Feijóo que hay dos maneras seguras de perder unas elecciones: dándolas por ganadas y dándolas por perdidas? Un portavoz de Génova me decía a las pocas horas del pacto valenciano una obviedad: que el escrutinio del 23-J depende de lo que vote la gente. Pero añadía otra cosa: al primer partido al que llamará Feijóo para buscar alianzas será… al PSOE. Para que los socialistas se pongan la medalla de haber evitado «a los fascistas» en el Gobierno de España. ¿Hará eso Sánchez si no lo ha hecho Ximo Puig? «Sánchez, seguro que no; pero quien esté después de él, veremos».

Eso sí que sería una victoria para el gallego Feijóo… y para el proyecto popular europeo del alemán Weber.