Cuando lea usted estas líneas, es posible que tenga alguna noticia sobre la cumbre europea, pero en el momento en que las escribo solo hay conjeturas, así que sea comprensivo y tráteme con cariño. Pedro Sánchez acude a Bruselas con el mismo espíritu con el que Moisés subió al monte Sinaí en busca de las tablas de la ley. Espera criterios que le habiliten para solucionar los problemas que tenemos por delante y que, como ya sabrá, son numerosos. Uno de ellos es el energético, dado que la loca evolución de los precios maltrata a muchos consumidores y asfixia a muchas industrias. El Gobierno quiere que Europa desacople el gas del sistema de precios y, para ello, Sánchez se ha ido de peregrinación por media Europa. ¿Qué ha obtenido en su viaje? Pues de todo. Desde el apoyo unánime de Portugal a la fría negativa de Alemania, pasando por el cortés apoyo de Italia y las educadas palabras de Francia. Si toma una balanza y mide el peso relativo dentro de la UE de Alemania y Portugal, tendrá una idea aproximada de lo que puede suceder.
Llegados hasta aquí, el problema de fondo cae más en el terreno de la competencia que en el de la energía; y de ahí el cortejo que la vicepresidenta Calviño ha realizado a la comisaria Margrethe Vestager, encargada del asunto. La UE desea un mercado único de la energía, pero no lo tiene, dadas las diferencias en los sistemas de producción, las distintas balanzas energéticas y los muy dispares canales de aprovisionamiento. Pero sí tiene un mercado de la competencia, amparado por un voluminoso cuerpo legal que lo protege. Y lo tiene desde hace tiempo. La energía es un componente importantísimo de los costes de producción de un gran número de industrias. Dejar a cada país que implante sus sistema de fijación de precios rompería lo poco que hay del mercado común de la energía (quizás eso fuera soportable), pero afectaría gravemente a la competencia y a los muy vigilados mecanismos de las ayudas de Estado. Y por ahí no pasa nadie, ni los países centrales, es decir el Consejo, ni la propia Comisión.
De ahí que todo lo que podemos esperar sea un permiso para desviarse ligeramente de la recta vía común. De tal manera que Sánchez pueda bajar del Sinaí con unos apuntes -no serán unas tablas de la ley- que le permitan salvar la cara y adoptar unas medidas que no destrozarán la competencia y… tampoco arreglarán los profundos problemas que padece nuestro sistema energético. ¿Le parece poco? ¿No será usted demasiado exigente?