Olatz Barriuso-El Correo

  • Un tropiezo del PNV podría forzar a Sabin Etxea a replantearse sus alianzas en Madrid; si EH Bildu ve frustradas sus expectativas tendrá que afrontar el lastre de su pasado

Cuando, a las ocho de esta tarde, se cierren las urnas se habrá empezado a escribir la posible historia de un cambio profundo en las corrientes subterráneas que rigen la política vasca. Cuando PNV y EH Bildu concentren a los suyos a poco más de 250 metros de distancia en línea recta por la calle Ibáñez de Bilbao -así de cerca están Sabin Etxea y el Mercado del Ensanche, metáfora de un pulso posiblemente igualado entre las dos siglas del nacionalismo vasco- ambos serán conscientes de que el escrutinio de esta noche condicionará el papel que están llamados a desempeñar en la Euskadi de la próxima década.

Casi nadie duda de que el jeltzale Imanol Pradales será el próximo lehendakari y que su Gobierno, que se espera renovado de arriba a abajo respecto a la era Urkullu, será de coalición con el PSE-EE. Pero, al margen de esa muy probable hipótesis, el recuento de votos y de escaños marcará, más que el futuro inmediato, las expectativas a medio plazo. La gran pregunta es qué puede cambiar a partir de hoy.

Primera hipótesis, que las encuestas difundidas hasta el pasado lunes -meramente orientativas, porque la campaña despertó justo cuando se dejaron de publicar- acierten y EH Bildu gane las elecciones. En este probable escenario caben otros dos, que se imponga en votos y en escaños, o solamente en escaños. Si triunfa, máxime si lo hace en todas las variables, aunque no gobierne, la coalición abertzale recibiría una enorme inyección de moral, directamente proporcional al varapalo que eso supondría para el PNV.

Los jeltzales sufrirían, en mayor o menor medida, una convulsión interna, porque cualquier resultado con aroma a derrota interpelaría directamente no a Iñigo Urkullu, ya de salida, sino a la dirección de Sabin Etxea que decidió relevarle para dar entrada a Pradales en el momento más dulce de Bildu y, paradójicamente, con altos índices de aprobación ciudadana del Ejecutivo saliente. Una contradicción que no deja de asombrar en Sabin Etxea: «Sensación de bienestar y, a la vez, estado de queja. Diré, sin más calificativos, que somos así. Contradictorios e inconformistas», sostenía ayer el burukide Koldo Mediavilla.

De fondo, late la impresión de que esta podría ser la última vez que se den por sentadas las alianzas

Con la novena Asamblea General del PNV prevista para los próximos meses -y por lo tanto con el relevo en ciernes de la dirección comandada por Andoni Ortuzar, salvo sorpresa- un tropezón de ese calibre avivaría sin duda las voces internas, ahora con sordina, que cuestionan el rumbo tomado por el EBB. Por ejemplo, en Madrid, donde el apoyo cerrado a Pedro Sánchez ha acabado por asimilar a los jeltzales, en la práctica, al resto de integrantes de la «mayoría progresista», incluida EH Bildu.

La intención de corregir la trayectoria ha quedado clara en cómo Pradales ha tratado de seducir al votante ‘de orden’ en esta campaña. Pero un resbalón serio en las urnas haría al PNV cuestionarse la idoneidad de la estrategia y, a la espera de los efectos que las elecciones catalanas tengan en la estabilidad de la legislatura, le forzaría a marcar distancias con el sanchismo, aun sin alentar una ruptura radical, incompatible con la entente con los de Eneko Andueza. Sí podría elevar, en cualquier caso, el listón de su exigencia en cada negociación parlamentaria y animaría a Sabin Etxea a tentarse la ropa de cara a un posible adelanto electoral. De fondo, late la impresión de que estas podrían ser las últimas elecciones en el que las alianzas se den por sentadas de antemano, con una fecha marcada en rojo, 2027.

Si para entonces habrá fermentado el caldo de cultivo que haría posible un cambio drástico en la política de pactos y alentaría apoyos cruzados entre EH Bildu y el PSE en Gipuzkoa y Álava es una incógnita. Lo que sí ha quedado claro en esta campaña es que, con vistas a culminar su plena normalización política, a la izquierda abertzale le sigue pesando el lastre de su pasado. El autogol de Pello Otxandiano al negarse a reconocer a ETA como banda terrorista -y el cuestionable poso ético que sugieren sus explicaciones posteriores- abren paso a una segunda hipótesis. La de que Bildu vea frustrado el ‘sorpasso’ que rozaba con las yemas de los dedos, lo que, en las actuales circunstancias, se celebraría en Sabin Etxea como un auténtico triunfo. En ese escenario, sobre todo si la izquierda confederal conjura sus negras perspectivas gracias al patinazo de los de Otegi, EH Bildu, incluso ganando apoyos, será quien deba mirar hacia dentro para cuestionarse si es posible ser partido de gobierno en Euskadi sin desprenderse del estigma de la violencia.