Antonio Rivera-El Correo

  • En solo una década, el PNV pasó de su momento de mayor poder al de poder más cuestionado

El cambio nacionalista –Ortuzar por Esteban, antes Urkullu por Pradales– se completa en tiempos de mudanza. El orden mundial se altera, la hegemonía política vasca se discute, el marco de alianzas se revisa y la seguridad del partido guía se agrieta. En solo una década, el PNV pasó de su momento de mayor poder al de poder más cuestionado. Lo que antes era innecesario saber –qué era el PNV, porque no era otra cosa que el supuesto epítome de Euskadi– ahora se convierte en imprescindible: el PNV debe dejar claro qué quiere ser de aquí en adelante, cuál es su gracia, para qué sirve, qué representa y dónde se sitúa respecto de sus competidores y de la ciudadanía vasca. En resumen, qué quiere ser de (más) mayor.

Cinco claves dio Esteban en su estreno: demócrata antes incluso que nacionalista, europeísta en «la nueva realidad mundial», dialogante hacia dentro y hacia fuera (con la afiliación y con la sociedad), con un modelo propio en la construcción nacional y partidario del protagonismo de la mujer y de la juventud en el partido. La afirmación identifica de inmediato las amenazas que enfrenta: la emergencia de los autócratas, el nuevo desorden mundial, la arrogancia de un partido con demasiado poder durante demasiado tiempo, el acecho de Bildu y el anquilosamiento orgánico.

La definición todavía es temprana, pero esboza previsiones y muestra tendencia. El PNV se tiene que distinguir de Bildu porque la confusión con esa formación le pierde. Es el hermano mayor –o hasta el padre– que ha gestionado el caserío durante casi medio siglo. Debe reivindicar lo hecho y las posibilidades de durabilidad de lo logrado frente a quienes esgrimen su obsolescencia. Debe defender la política de lo real frente al atractivo de la ensoñación o la facilidad de la crítica irresponsable. Debe ser más eficaz mostrando la contradicción (y vacuidad) de las promesas de los que vienen que dejando a la vista la que produce su gestión cotidiana. Debe demostrar que se puede seguir siendo eficaz trayendo cosas de Madrid sin necesidad de ser el socio más sumiso del Gobierno. Y debe ser a la vez pragmático y serio con las cuestiones vasca, española y europea sin dejar de representar la ilusión nacionalista. Por eso pretende arribar sin ninguna prisa a un horizonte inalcanzable porque con hacer invisible en Euskadi al Estado y a la ciudadanía no nacionalista basta para que parezca que ya lo han logrado.

En la política actual a nadie le piden ni nadie se exige definiciones precisas. Los partidos «atrápalotodo» tratan de representar al conjunto del país, aunque solo lo hacen a su parte correspondiente con decisión, convicción y algunos resultados. Con todo, el PNV está hoy en condiciones –e igual con la necesidad– de mostrarse como un partido de orden, pero no conservador; progresista en lo social, pero no oportunista ni a la última moda; defensor del mercado libre, pero con presupuesto suficiente e intención de maquillar y corregir los efectos más letales de este (la desigualdad extrema y la pobreza); nacionalista de convicción y corazón, pero advertido de que el doctrinarismo te lleva a dispararte en el pie; ilusionado desde siempre con un ideal, pero sabedor de que el respaldo social depende de la menos épica gestión y de que las cosas prácticas funcionen mejor cada día.

El PNV podría afirmarse explícitamente o por los hechos como un partido de centro-derecha y quedarse tan a gusto; lo hace, de hecho. Maneja presupuesto como para ser socialdemócrata en la práctica, por lo que no necesita distinción con el socialismo vasco; además, las identidades respectivas les separan. Es de Bildu de quien necesita alejarse, diferenciarse. En ese sentido, Aitor Esteban es una buena elección. Nacionalista aguerrido (para las ocasiones), tiene bula en Madrid (en el Gobierno y en la opinión publicada), es pragmático, serio, con convicciones arraigadas (para lo que se lleva hoy), y ha disputado en condiciones y escenarios desfavorables con su competidor. Por eso se puede permitir ser el primer líder jeltzale desde Ajuriaguerra que afirme que es antes demócrata que nacionalista, porque se entiende el contexto en que lo dice, se imaginan los peligros a que responde y pensamos (y piensa) hoy que la amenaza a la democracia es Vox, y no como ayer, como desde hace cincuenta años, su competidor ultranacionalista.