- Todo son amenazas: superpoblación, el cambio climático, el desempleo, el terrorismo, la barbarie, la inmigración, la tecnología disruptiva, el coronavirus, Ucrania, Rusia
Las generaciones de la primera mitad del siglo XX hicieron dos guerras mundiales. En el periodo que fue de la primera a la segunda guerra mundial, las clases dominantes y las élites conservadoras de Europa, sobre todo de los países más importantes, tal vez asustadas por la radicalización que empezó a ver en la clase obrera, se alinearon con las nuevas fuerzas políticas ultraconservadoras, xenófobas, racistas y nacionalistas. Las instituciones liberales de gobierno entraron en barrena y la democracia se debilitó con el triunfo de dos totalitarismos: el comunismo y el fascismo.
La estabilidad y fortaleza de la democracia en Europa depende de la actitud que adopten las élites conservadoras en relación con los partidos populistas, racistas y xenófobos que están apareciendo por doquier
Por el contrario, las generaciones de la segunda mitad del siglo XX expandieron la democracia y la fortalecieron. En esa ocasión las élites conservadoras apostaron por la colaboración con la socialdemocracia, con los liberales y democratacristianos creando el más largo proceso, progreso y período de tiempo de estabilidad democrática. De lo anterior obtengo la siguiente conclusión: la estabilidad y fortaleza de la democracia en Europa depende de la actitud que adopten las élites conservadoras en relación con los partidos populistas, racistas y xenófobos que están apareciendo por doquier. Y depende también de que la socialdemocracia no se deje caer en la trampa de adoptar el discurso populista que es bien recibido por los sectores más vulnerables de la sociedad.
Los europeos de la segunda mitad del siglo XX nos sentimos profundamente orgullosos de haber convertido a una Europa en guerra en una Europa alrededor de un proyecto común que ha supuesto una historia de éxitos incontestables. Acceder a la Unión Europea (UE) era garantía de consolidación de los tres grandes valores que sustentaron su creación: la democracia, la tolerancia y la justicia social. La Unión Europea ha sido un éxito, el gran invento político del siglo XX y de este continente tras los terribles fracasos de los totalitarismos. Jamás los europeos habíamos vivido con mayor seguridad y menos riesgo de guerra o conflicto. Jamás habíamos sido tan libres y habíamos estado tan seguros en la garantía de nuestros derechos ciudadanos. Jamás habíamos vivido con tanto bienestar.
Me siento orgulloso de lo que ha hecho mi generación en España y en Europa. Pero me siento decepcionado por la pasividad de la Unión ante el desarraigo humano de cientos de miles de personas hacinadas en las fronteras que aparentemente les abren el paso a la paz y a la libertad. Y desde ese orgullo y desde la decepción por los acontecimientos de estos días en Ucrania, me tomo la libertad de formular ante los jóvenes que lean estas líneas las siguientes preguntas: ¿qué piensan ser y qué quieren hacer las generaciones de la primera mitad del siglo XXI? ¿Qué Europa quieren? ¿Cómo quieren ser europeos? ¿Qué sistema político?
Si Putin, que era un policía de la KGB soviética, ha llegado a amasar una inmensa fortuna, ¿qué le va a impedir amasarla de nuevo si le congelan los activos acumulados en años de robo sin control?
Junto a esas preguntas, añado que hoy Europa vive en horas bajas. La Unión Europea es un experimento, y como todo experimento se basa en prueba y en error. Creo que en estos momentos estamos en fase error. Es incomprensible el papel que la Unión Europea está jugando en esta aventura rusa. Cuando un periodista le preguntó a Josep Borrell que si se trata de una sanción meramente simbólica o se tiene constancia de que Putin y Lavrov tienen dinero y propiedades en la UE, respondió que «No estoy en el secreto de la riqueza del señor Putin y del señor Lavrov, y no es mi obligación”. Se supone que no estaremos hablando de 30.000 dólares. Se supone que si se les quiere dañar, estaremos hablando de grandes fortunas. Y si Borrell no sabe, que lo cuenten los que lo sepan y así sabremos de quién hablamos cuando hablamos de Putin y sus camaradas. Tenemos derecho a saberlo. Si Putin, que era un policía de la KGB soviética, ha llegado a amasar una inmensa fortuna, ¿qué le va a impedir amasarla de nuevo si le congelan los activos acumulados en años de robo sin control?
El futuro se percibe con temor y sin esperanza. Qué clase de corazón tienen los dirigentes europeos que no se les rompe cuando oyen a esa niña ucraniana llorando e implorando que “no quiere morir. Que se acabe esta guerra ya”. ¿Se oye alguna noticia que permita pensar que hay esperanza? Todo son amenazas: superpoblación, el cambio climático, el desempleo, el terrorismo, la barbarie, la inmigración, la tecnología disruptiva, el coronavirus, Ucrania, Rusia. Como escribió Martín Caparrós, “da la sensación de que no hay mañana”.
¿Qué piensan hacer estas generaciones de la primera mitad del siglo XXI?