Pues que salga Rufi, y dejémonos de portavoces interpuestos, para verificar si Bildu quiere convertirse en una formación de gobierno, o entretenerse en divagar sobre el advenimiento de una etapa histórica y la independencia de Euskal Herria mientras ETA sepulta sigilosamente las armas que le queden.
Los resultados electorales del 22 de mayo pueden hacer que Bildu pase de ser una coalición a punto de sucumbir ante los tribunales a convertirse en una formación «de gobierno». Lo será de entrada en los 88 municipios de Euskadi y Navarra donde ha obtenido mayoría absoluta. Y seguramente podrá serlo en otros tantos ayuntamientos, bien por su condición de candidatura más votada, bien por los acuerdos a los que pudiera llegar. Pero el fulgurante tránsito de la anulación por parte del Supremo, y de su validación en el Constitucional, a convertirse en clave de bóveda de la gobernabilidad dista un trecho que deberá medirse en los casos del ayuntamiento de Donostia y, especialmente, de la Diputación de Guipúzcoa.
Garitano e Izagirre deberían dar inicio a las consultas para asegurar la gobernabilidad de ambas instituciones, procurando que la alcaldía donostiarra y el cargo de diputado general del territorio sean ejercidos por ellos mismos. Pero el diálogo y la eventual negociación con las demás formaciones representadas en el consistorio y en las Juntas Generales suscitan un interrogante moral y otro político: si Bildu, a pesar de su legalidad y de la adhesión social que ha logrado, presenta déficits democráticos, y si su ‘programa’ puede conciliarse realmente con los proyectos que vienen sustentando los partidos hasta ahora gobernantes, PNV y PSE-EE.
El PP parece absolutamente cerrado a cualquier entendimiento con Bildu, entre otras razones porque deseaba que, por mandato judicial, la coalición no pudiera concurrir a los comicios. El secretario general de los socialistas vascos, Patxi López, descartó el entendimiento post-electoral con Bildu, aunque se mostraba propicio a su integración institucional.
La única formación que parece moralmente libre de ataduras para pactar con Bildu es el PNV. Precisamente también la única en situación de articular un cortafuegos con socialistas y populares para evitar que Bildu toque poder. Dado que sin el concurso jeltzale es prácticamente imposible parar a la coalición, el Buru Batzar correspondiente debería dejar claro cuanto antes cuál es su disposición. Se trata de una decisión comprometida, puesto que tras el recuento del 22-M se inicia un doble proceso electoral -generales y autonómicas, en su momento o adelantadas- que evaluaría a muy corto plazo el acierto o el error de la apuesta del partido de Urkullu y Egibar.
La querencia de la izquierda abertzale por el mínimo esfuerzo tampoco facilita las cosas. Su dignidad no permite a Bildu ir más allá de una declaración formal de rechazo de la violencia. La parquedad a la hora de explicitar sus intenciones imposibilita saber de qué van. «Que salga Rufi», debió pensar alguien en el frontón Atano III, y Rufi Etxeberria se dignó a aparecer para celebrar el éxito electoral de la coalición. Pues que salga Rufi, y dejémonos de portavoces interpuestos, para verificar si Bildu quiere convertirse tan apresuradamente en una formación de gobierno, o prefiere entretenerse en divagar sobre el advenimiento de una etapa histórica que desembocará en la independencia de Euskal Herria mientras ETA sepulta sigilosamente las armas que le queden.
Kepa Aulestia, EL CORREO, 24/5/2011