ARCADI ESPADA-EL MUNDO
Gentes que te conocen me aseguran que la otra tarde sufriste un vahído al leer la nota que escribí sobre la comparecencia del expresidente Aznar en el Congreso y que cuando recobraste (es un decir) el conocimiento empezaste a dar grandes voces hasta que te oyeron todas las letras del alfabeto (y sobre todo del analfabeto) LGTBI y hasta en la Generalidad te oyeron. De resultas de ello unos y otros me acusan de homófobo y de un posible delito de odio por haber escrito: «Aznar se equivocó con Rufián. A Rufián hay que contestarle en sede parlamentaria diciéndole: «La polla, mariconazo, cómo prefieres comérmela: ¿de un golpe o por tiempos?», mientras uno va sonriéndose delicadamente en su cara. Pero si se opta por la no significación entonces hay que negarse a responder al gamberrete hasta que aprenda a no comerse los mocos en público».
Sé que esta carta va a suponer un humillante ejercicio para la mayoría de los lectores de nuestra correspondencia, pero yo me debo a ti y no tengo otro remedio que darte pacientes explicaciones. Han de partir, inevitablemente, de la primera y fundamental evidencia y es que contrariamente a lo que ibas gritando por las esquinas yo no le pregunté al diputado Rufián cómo lo prefería ni le llamé mariconazo. No tenía por qué, ya que el diputado Rufián en las dos veces que hemos dialogado en televisión se ha mostrado siempre como un hombre manso. Luego volveré a ello. Pero sí indiqué que las dos posibilidades que tenía el presidente Aznar para afrontar el impostado salvajismo parlamentario de Rufián eran negarse a responderle o pagarle con su misma moneda. Ayer llegó a casa el último libro de Julian Baggini Breve historia de la verdad. Empecé a hojearlo y en sus primeras páginas venía la célebre sentencia de Alfred Tarski: «Toda proposición ‘P’ es verdad si y solo si P es verdad». Baggini continua, aclarándola con el propio ejemplo de Tarski: «Por ejemplo: «La nieve es blanca» si y solo si la nieve es blanca. (…) ‘P’ entre comillas es un afirmación lingüística, mientras que P sin comillas es una verdad sobre el mundo». Pues bien: examina ahora qué grado de verdad puede tener la proposición «Espada llama a Rufián mariconazo y le pregunta cómo prefiere comerle la polla» que es la que, luego de tus iniciáticas voces, empezó a rebosar por las cloacas digitales, cuando no ya la verdad sobre el mundo, sino ni siquiera la propia afirmación lingüística han existido.
Hasta ahora yo no he tenido ninguna necesidad de llamar mariconazo al diputado Rufián. Ahora bien: si por azares del destino hubiera de sufrir alguno de sus interrogatorios parlamentarios habría alguna posibilidad de que le soplara exactamente la frase que le recomendé utilizar al expresidente del Gobierno. Rufián y otros de su cuerda utilizan el parlamento como un teatro y se benefician de que las réplicas no se las dan otros actores, sino burgueses escandalizados que como máximo llegan a afearle su conducta. Hacen mal respondiéndole al modo melifluo. A Rufián hay que ponerle un espejo, al menos una vez en la vida, para que compruebe a dónde se llega por el camino que propone. Depende de cómo yo viniera aquel día pudiera ser que utilizara la palabra mariconazo para dirigirme a su señoría. Pero quién sabe: tal vez utilizara cabronazo. O el mamalonaso característico del cubano Abreu. Dependiendo del hambre y por paradójico acto reflejo quizá aludiera al comer; pero también podría decirle te voy a joder vivo. En ningún caso ‘P’ podría ser cierto, dada P. Es decir, ninguna de esas palabras tendría la más mínima relación ni con los hábitos sexuales del diputado Rufián ni con sus pactos conyugales ni desde luego con mi interés por él, más allá del que le tengo en lo intelectual. El asunto profundo es con qué afirmación del mundo real tienen que ver esas palabras. Pero esa divagación no está al alcance ni siquiera del LGBTTTIQA-H y ya no digamos de la Ex Generalidad de Cataluña.
Como es natural, el diputado Rufián no se mostró ofendido por mi nota. Es más, explicitó de qué modo le gustaría que un Aznar le comiera. «De un golpe», escribió en un tuit, informándome de sus preferencias. Al día siguiente apareció donde Ana Rosa. Yo también estaba allí. Despojado de sus ropajes actorales se mostró convencional, como allí acostumbra. Y es que los medios no le permitirían, en su trato directo con ellos, lo que le permite el Parlamento. Aproveché para decirle que sus preferencias no me extrañaban siendo un golpista. Encajó sonriente y dijo: «Ésa ha estado bien».
Rufián no, pero hay quien sí se ha ofendido. La reacción de la Generalidad no tiene para mí mayor misterio. Como te pasa a ti, cualquier contacto con la razón les marea. Más sorprendente me parece la reacción de algunos gays. Con paciencia infinita, día tras día, los simplemente mortales soportamos el orgullo que sienten algunas gentes por relacionarse amorosamente con los de su mismo sexo. Es un orgullo pintoresco, del tipo de los que se enorgullecen de hablar una lengua o del color de su piel. Pero real y hasta fatigosamente visible. No se comprende que dado el orgullo pueda molestarles la palabra mariconazo, incluso –lo que no es nuestro caso– cuando se proponga designar inequívocamente a un homosexual del tipo masculino. A mí, por ejemplo, me llaman a veces españolazo y sin acusar yo orgullo de este azar entre papá y mamá confieso que me entra un agradable calorcito.
Pero en fin: si los g(u)ays se ofenden, que se pongan hojas (catalanismo flagrante del tipo alquilar sillas, que en castizo sería por mí como si te operas o que te la pique un pollo), preferentemente de parra. Nadie pueda negar a nadie el derecho a inventarse una ofensa. Ni tampoco el derecho a vivir de esas ofensas como hacen esos colectivos de ofendidos profesionales, cuya necesidad de invención es doble: además de la ofensa tienen que inventarse, mediante tramposas sinécdoques, el colectivo de ofendidos. Pero cuando esas ridículas ficciones abandonan su estatuto y pretenden legislar sobre lo que se puede y no se puede decir algo peligroso está sucediendo. Hay una gran diferencia entre replicar (incluyendo la ironía, la sátira y hasta el escarnio) y perseguir; y es la diferencia entre la libertad y el totalitarismo. Pero insisto: que se pongan hojas. Nunca hay que discriminar a nadie, individuo o racimo, privándole de su ganado derecho a ser objeto de burlas. Es lo que tiene escribir para mayores de 18 años.
Respecto de la libertad, los fachitas de mi gran época tenían acuñada una frase inolvidable: «Una cosa es la libertad y otra el libertinaje». Nosotros, básicamente libertinos, nunca pudimos entender tan palúdica distinción. Es un espectáculo memorable verla supurar de nuevo en la carta anónima, a la manera de trols, que al parecer apoyan unos cincuenta trabajadores de este diario donde te echo las cartas, y en la que se afirma que nunca debió permitirse la publicación de mi nota, con sus «palabras soeces, groseras y homófobas». Pero, en fin, no voy a negarles yo la libertad de expresión, por más que en su exigencia de tomar medidas –y sobre todo en su tuteo al director– cualquier chucho entrenado husmee el falangismo. Más me sorprendería que entre esos firmantes anónimos hubiera periodistas. Sería un insoportable contrasentido que clamando todo el día contra las fake news hubiesen redactado una para justificar su reaccionaria pulsión heterófoba.
Sigue ciega tu camino
A.