EL CORREO 10/10/13
· Un libro recoge los entresijos de los encuentros entre exmiembros de ETA presos y víctimas de la banda.
«Cuando llegue a la sala no me lo quiero encontrar, quiero relajarme un poco antes de verle». Son las palabras de una víctima de ETA que está a punto de reunirse en la cárcel con un exmiembro de la banda terrorista, que se ha arrepentido de su pasado y reniega del uso de la violencia. En la habitación contigua, el recluso, «en un continuo ir y venir de un lado para otro», se muestra «ansioso»: «No sé si voy a ser capaz de hablar; no sé si voy a ser capaz de decirle todo lo que hemos preparado en las sesiones; he vuelto a fumar otra vez, después de diez años sin probar el tabaco…».
Este es un pequeño extracto del libro ‘Los ojos del otro’ (Editorial Sal Terrae) que hoy se presentará en la Universidad de Deusto, en Bilbao. La publicación narra, de la mano de algunos de sus protagonistas, los entresijos de los encuentros restaurativos celebrados entre presos disidentes de ETA y afectados, ya sea directos o familiares, por el terror ejercido durante décadas por la banda. Los autores: siete mediadores, Esther Pascual, Alberto José Olalde, Francisca Lozano, José Luis Segovia, Julián Carlos Ríos, Eduardo Santos y José Castilla, además de la viuda de Juan Mari Jáuregui, Maixabel Lasa, que participó en uno de los encuentros, el recluso Luis Carrasco, que se reunió con dos víctimas, y el abogado y profesor de Derecho Penal Xabier Etxebarria, coordinador de los talleres que se realizaron en la prisión de Nanclares entre los presos que pertenecieron a ETA y profesionales de diferentes ámbitos: ético, jurídico, del mundo de las víctimas o del periodismo, entre otros.
Estaba previsto que Carrasco acudiera a la presentación del libro, si bien la Fiscalía de la Audiencia Nacional se opuso a concederle un permiso penitenciario con este fin por no tratarse de un supuesto «extraordinario», como el que se contempla ante una defunción de un familiar. El juez finalmente rechazó la petición.
En nueve capítulos relacionados entre sí, el volumen recoge la experiencia personal de los profesionales que mediaron en los encuentros, el escenario político y social en el que se realizaron, con sus dificultades añadidas, así como parte de las conversaciones y reflexiones anónimas de víctimas y presos. El libro se centra en catorce encuentros organizados entre 2011 y 2012. Todos ellos presenciales, salvo uno, que se llevó a cabo a través de cartas manuscritas.
«Yo le pido a usted y a su familia perdón de todo corazón y con total humildad. Estoy profundamente arrepentido de haber contribuido con mi militancia en ETA a la violencia asesina y el dolor inconmensurable e irreparable que ha provocado durante décadas», rezaba la carta de este preso. Recluso y víctima, muy religiosos ambos, se intercambiaron sendas cruces. Tras recibir el regalo, el damnificado –hermano de una persona asesinada por la banda– «besó con unción» la cruz y «se la puso al cuello» mientras musitaba: «Me acompañará siempre».
En febrero de 2011 empezaron los contactos con los exmiembros de ETA que cumplían condena en la cárcel alavesa de Nanclares de la Oca –la mayoría se encuentran ahora en la prisión de Zaballa–. Entre los reclusos había un grupo «comprometido con el irreversible proceso de paz» que había reclamado a Instituciones Penitenciarias poder reunirse con víctimas del terrorismo. Aquello marcó el inicio de esta experiencia, en la que han participado presos conocidos, como Rafael Caride Simón, condenado por el atentado contra Hipercor.
Meses de preparación
La mayoría de las entrevistas no unieron al autor del atentado con el familiar o el superviviente del mismo. El enlace con los damnificados corrió a cargo de la Dirección de Atención a Víctimas del Terrorismo del Gobierno vasco, por entonces en manos de Maixabel Lasa, Txema Urkijo y Jaime Arrese. La par-
ticipación de los afectados fue completamente voluntaria y los encuentros no se tradujeron en beneficio penitenciario alguno para los reclusos, una condición ‘sine qua non’ para las víctimas.
Las entrevistas preparatorias con ambas partes solían alargarse entre seis y ocho meses. Y es que la preparación, sobre todo psicológica, para un cara a cara de estas características es primordial. «Me lo imagino, sobre todo por las fotos y las imágenes que han salido en los medios, como una persona fría y calculadora», coincidían buena parte de los afectados. Y, sin embargo –así lo recoge el libro–, la mayoría describieron el encuentro como «agradable». Algunos acabaron con un abrazo e incluso tras la despedida, hubo quienes no pudieron reprimir el llanto.
Los presos se enfrentaron con preguntas como: «¿Por qué entró en ETA? ¿Cómo se enteró su familia? ¿Qué le supuso dejarlo? ¿Cómo fue la primera vez que mató? ¿Qué sintió? ¿Con qué frecuencia se acuerda de sus víctimas? ¿Cree que alguna vez podrá perdonarse lo que ha hecho?». Las víctimas «no quieren disfrazar las palabras, ni utilizar eufemismos; quieren que se llame a las cosas por su nombre». No necesitan que «les pidan perdón para vivir en paz», pero sí les «calma y alivia» que las personas que han asesinado a sus seres queridos «se arrepientan».
Maixabel Lasa fue una de las primeras víctimas en aceptar un cara a cara con un disidente de ETA en prisión. Fue el 26 de mayo de 2011. Se reunió con Luis Carrasco, uno de los tres asesinos de su marido, el ex gobernador civil de Gipuzkoa Juan Mari Jáuregui. Carrasco vigilaba fuera de la cafetería Frontón de Tolosa mientras su compañero de comando mataba de dos disparos por la espalda al marido de Lasa. El relato de lo que aquel encuentro en la cárcel de Nanclares supuso para ambos queda reflejado en la obra. «Personalmente, pensaba que el encuentro no me aportaría gran cosa, pero no fue así», reconoce Maixabel Lasa. «Cuando él apareció en la salita y, después de las presentaciones, nos miramos a los ojos, me di cuenta de lo mal que lo estaba pasando. Creo que estaba como avergonzado…». La reunión duró tres horas. «Lo que más me impresionó», señala Lasa, es que «repetía una y otra vez ‘todo en mí es malo’, ‘no hay nada bueno en mí’». «Le respondí que eso no era cierto». De lo contrario, «no estaríamos aquí ninguno de los dos».
La viuda de Jáuregui considera «desproporcionada» la crítica, sobre todo desde el mundo de las víctimas, que se ha dado a veces a los encuentros restaurativos –se reprocha a los presos que si están arrepentidos no colaboren con la Justicia para esclarecer los crímenes pendientes de resolver–. «Entiendo que los encuentros deben servir, en el nivel individual, para la reparación y la sanación de las personas dañadas y, en el nivel social, para la construcción de una sociedad más justa y segura», afirma.
«El deseo o, más aún, la necesidad» de reunirse cara a cara con una víctima «no siempre existió» en la cabeza de Luis Carrasco. Condenado no solo por el atentado contra Jáuregui, sino también por ser el autor material del asesinato del director financiero del ‘Diario Vasco’ Santiago Oleaga, Carrasco reconoce que «durante años» construyó «toda una serie de argumentos defensivos, de autojustificaciones». «Me servía de coartadas para enmascarar la violencia que yo había ejercido», admite.
Pero supo «reevaluar». Hoy tiene el convencimiento de que lo que hizo fue «enteramente nefasto». Afrontó su primer encuentro –ha participado en dos– con «miedo y muchas dudas», pero a sabiendas de que aquel paso le permitiría construir un relato «más ajustado a la realidad» y le ofrecería una «oportunidad de cambio, de regeneración ética».
«En pocos minutos, ella aparecería y se sentaría frente a mí. Y yo habría de afrontar su presencia desde mi vergüenza y mi arrepentimiento, y consciente de la trágica posición en que me había situado el devenir de mi propia trayectoria personal, empeñada muchos años atrás en un desatinado transitar hacia ninguna parte, consagrada al servicio de un terco y necio delirio de sinsentidos que, mientras duró, solo consiguió sembrar odio y dolor. Aquella mañana me disponía a pedir perdón por un crimen imperdonable», explica el antiguo etarra en el libro.
EL CORREO 10/10/13