EL PAÍS 14/06/16
FÉLIX DE AZÚA
· Por un momento me he asustado. Como se enteren los populistas, lo incluyen en su programa
Cuando era bastante pequeño, debía yo andar por los treinta, descubrí que algo tenido por normal y natural, era, en realidad, más raro que un perro verde. No había caído yo en que eso de que unos pueblos escriban de derecha a izquierda y otros de izquierda a derecha era un capricho inexplicable. Yo entonces militaba en el materialismo darwinista y estaba persuadido de que siempre ganaba la mejor opción para la supervivencia y la reproducción. Así que algo tan fundamental como escribir hacia un lado o hacia otro me dejaba perplejo. ¿Cómo no había prevalecido uno de los dos sentidos?
Más tarde hube de admitir que los procesos culturales no tienen ninguna relación con los biológicos. O muy poca. Vean el caso de los futbolistas, selección de machos que nadan en oro y se rodean de concurridos gineceos. Deberían ser modelos culturales para la juventud española. Bueno, a lo mejor sí: fraude, delito fiscal, dopaje, tongo y últimamente prostitución de menores. Los modelos culturales son caóticos y no tienen relación alguna con la ordenada, previsible y cruel selección natural.
Estas ocurrencias me iban asaltando durante la lectura de Un pie en el río, el estudio de Felipe Fernández Armesto sobre las rarezas evolutivas de la cultura humana. Frente a la sensata lucha por la supervivencia y la reproducción de la evolución animal, parece que culturalmente los humanos no luchamos por nada que no sea la constante renovación del capricho. En un rasgo de humor muy de Oxford (su universidad) Armesto asegura que el canibalismo es un buen ejemplo de antojo cultural humano, otra chifladura de la imaginación que nos define perfectamente. Por un momento me he asustado. Como se enteren los populistas, lo incluyen en su programa.