- La resistencia de Sánchez es una estrategia casi judicial que anuncia más crispación y un final cruel
Pedro Sánchez es un zombi bronceado rodeado por otros muertos vivientes que alaban su buen aspecto por razones alimentarias: la evidencia de que a España la gobierna una mafia está en que, por mucho escándalo conocido o por conocer, todos aguantan para mantener a duras penas un vulgar negocio, que unas veces es político y contra las urnas y otras económico y contra el Código Penal.
Pretender a estas alturas que basta con repetir la secuencia histórica de Sánchez (primero niega los hechos, luego acusa a los investigadores, más tarde se hace la víctima y por último presume de reacción) es una osadía hasta para Sánchez, que hizo de su ridícula comparecencia un penúltimo acto de desesperación y quizá el primero de una confesión involuntaria.
Porque encargar una auditoría a las cuentas del PSOE es, además de una ridiculez, un indicio de que teme, sabe o intuye que la trama de sus chicos tal vez se quedaba con una parte y quizá desviaba otra para el partido, y en ambos casos desde el Gobierno.
Sánchez inició su carrera con algo parecido a un pucherazo en el PSOE, metiendo dos o 20.000 votos falsos en las urnas socialistas. La continuó con un asalto espurio al poder, con esa moción de censura que convirtió a los enemigos de España en propietarios de La Moncloa.
La extendió con una traición a su país, transformando a vulgares delincuentes en redactores de la Constitución, el Código Penal o los Presupuestos Generales del Estado y la ha rematado chapoteando en una corrupción formidable y clásica, entre bares de lucecitas y mordidas, que afecta a sus principales colaboradores, a su familia y, de una forma u otra, a sí mismo. Con una innovación con respecto al pasado: cada vez que le pillaban, se hacía el ofendido y perseguía al policía, conculcando con la misma desfachatez habitual la misma norma de que el ladrón no se comporta como el sheriff o el perdedor en las urnas no se pone de presidente.
Koldo García le custodió los avales en el PSOE y le metió votos en las urnas. Ábalos encabezó la moción de censura. Y Cerdán le garantizó el apoyo de Puigdemont o de Otegi. Los tres tenores socialistas explican toda la vida política de Sánchez, que no sería nadie si no hubiera estado dispuesto a hacer esos cambalaches sicilianos y no hubiera tenido sicarios de confianza dispuestos a afinárselos.
La cuestión ahora ya no es si Sánchez caerá, sino cuándo exactamente, cómo y con qué sufrimiento para el resto mientras llega ese momento. Porque alguien que se presenta como víctima de cada tropelía que perpetra o tolera y tiene en el radar una visita al Tribunal Supremo para sí mismo; solo puede huir hacia adelante intensificando su comportamiento previo.
Es decir, adelgazando el Estado de derecho, apretando contra los jueces, la prensa y los Cuerpos de Seguridad y apostando, definitivamente, por el choque social y el enfrentamiento político, señas de identidad endémicas en un tramposo sin cura.
¿Pero qué va a decir Sánchez, y con él sus cómplices mediáticos y las meretrices del Régimen, cuando aparezcan más audios, más autos judiciales, más informes de la UCO y más noticias perfectamente documentadas? La crueldad de este corrupto congénito ha sido y será extrema hasta el último segundo, pero su caída será también igual de cruel y aparatosa. Él eligió esas reglas del juego y con ellas se convertirá en un triste recuerdo.