Soy muy fan de las películas o las series que van de abogados, de fiscales o de juicios. Me crie con Perry Mason y entre mis películas favoritas están “Matar a un ruiseñor”, “Testigo de cargo” o “Algunos hombres buenos”. Recuerdo al bueno de Raymond Burr en el papel del inteligentísimo letrado Perry mordiéndose el labio porque la cosa está muy malita para su cliente cuando, de pronto, un fogonazo de inteligencia le iluminaba la cara y, con cara de Némesis, se encaraba con el malo diciendo “¿No es más sierto que usted ocultó al ocsiso en la cajuela del carro, envuelto en el saco de la mesera?”. Ahí el asesino se hundía en el fango, el fiscal ponía cara de repetidor de curso y el juez se maravillaba ante aquel prodigio de la ley. Porque Mason hacía confesar al delincuente a partir de una simple minucia, de una bagatela, de un hilo negro, un resto de ceniza o una piel de plátano.
Dudo que su proverbial habilidad sirviera de algo con el carajal organizado por el César de Hojalata y sus mariachis. Sánchez tiene prisa, ya lo hemos dicho muchas veces, y quiere dejar atado y bien atado lo que concierne a la reforma del sistema constitucional para convertir nuestro país en otra cosa. Los jueces, garantes de la aplicación de la ley, se lo impiden, claro. Los debates parlamentarios con luz y taquígrafos, también. De ahí que Batet controle la Cámara Baja con mano de hierro y tirabuzones dorados. Las barbaridades legales del gobierno, que son de flor natural y accésit honorífico, son motivo de los rifi rafes de estos días.
Sánchez quiere modificar tres leyes orgánicas, nada menos. El Código Penal, con la malversación y la sedición; el Poder Judicial y el Constitucional mediante sus ukases, imponiendo nombres
Pero la verdad de la copla, además de saberla la Lirio y yo, es esta: Sánchez quiere modificar tres leyes orgánicas, nada menos. El Código Penal, con la malversación y la sedición; el Poder Judicial y el Constitucional mediante sus ukases, imponiendo nombres. Y todo esto mediante una proposición de ley que se tramita de urgencia sin que medien los informes preceptivos que se solicitan ante cuestiones de tamaño calado a los órganos consultivos. Es más, Sánchez ni ha comparecido a dar razones. Todo rapidito, casi con nocturnidad, con alevosía brutalmente antidemocrática.
Uno, que sabe muy poco sobre casi nada, tiene en cambio la suerte de escuchar a los que sí saben. Por eso ayer me quedé con lo que decía mi admirada compañera Ángela Martialay respecto al Constitucional a propósito de quienes afirman que no hay tribunal ni juez que esté por encima del parlamento y la voluntad popular. Dice Ángela: “Este Tribunal ejerce de árbitro entre el resto de poderes del Estado. No puede burlar nada porque está por encima del Ejecutivo, del Legislativo y del Judicial. Tiene siempre la última palabra, de ahí su importancia. Es el intérprete supremo de la Carta Magna”. Tan prudente es que incluso ha aplazado su votación sobre el recurso presentado en contra de las leyes propuestas por Sánchez hasta el lunes. Mientras tanto, los planes de éste siguen adelante. No puede hacerse nada cuando hay uno que respeta escrupulosamente la ley mientras el otro se la pasa por el forro. Entenderán, pues, que me pregunte ¿dónde está Perry Mason cuando se lo necesita?