Juan Carlos Girauta-ABC
- Con Zapatero fue muriendo aquel espíritu que José Bono habría mantenido de alzarse con el triunfo en el Congreso de 2000
La nueva izquierda española es más vieja que ir a pie. Los ignorantes de la historia, más los instruidos que han decidido suscribir, y aun diseñar, la memoria oficial, pueden tomar por nuevo un Frente Popular. Pero esa desgracia solo es nueva con respecto al felipismo, cuando socialistas y comunistas eran agua y aceite.
Es más, todos los apoyos internacionales que recibió el PSOE de González y Guerra a partir de la palanca del Congreso de Suresnes de 1974 se concitaron, precisamente, para neutralizar a los comunistas en la previsible democracia que iba a llegar tras la muerte de Franco. Willy Brandt, la CIA, François Mitterrand, Michael Foot, Pietro Nanni, Olof Palme y muchos otros apostaron por el PSOE cuando contaba con 8.000 militantes (en realidad serían unos 1.500). No vayamos a olvidarlo.
La presencia de los citados líderes socialdemócratas en el Congeso del PSOE de 1976, celebrado en Madrid sin el partido legalizado (pero más que tolerado), mostraba a los españoles que esa formación encarnaba a la socialdemocracia europea. Con todo el ascendiente de su experiencia en diferentes gobiernos. Se trataba de impedir que el PCE viera premiada en sus resultados electorales, cuando llegaran las urnas, su lucha contra el franquismo.
Por eso la palabrería de la Resolución Política de 1976 era lo de menos. Nadie enterado se engañaba con lo del «partido de clase y marxista». González se encargaría en 1979 de borrar la etiqueta poniendo su dimisión sobre la mesa, pues había «que ser socialistas antes que marxistas». Muy de Felipe. Como fuere, el plan funcionó. Pero si un sentido tenía aquel proyecto, consistente en explotar las siglas históricas administradas mal que mal por el pobre Rodolfo Llopis desde el exilio francés, era el de hacerse con los réditos de un antifranquismo activo que ni de lejos les correspondía, dotarse de la modernidad y fiabilidad que aportaban sus avales internacionales… y arrancar a la izquierda española de las tentaciones de patrimonialización del poder tan típicas de los primeros años treinta.
Eso es lo que se ha acabado del todo. Con Zapatero fue muriendo aquel espíritu que José Bono habría mantenido de alzarse con el triunfo en el Congreso de 2000. Pero fue, fíjate tú, la ‘Nueva vía’ del primero la que triunfó. Cuando en 2002 mostró su verdadera cara (pero sobre todo en 2004, con el eco de las explosiones de los trenes en los oídos), se hizo patente cuán viejo era el invento divisorio, sectario y destructivo de nuestro penúltimo presidente de Gobierno socialista. Hubo aún otra oportunidad de retomar el sentido del PSOE de Felipe, de facto un partido que solo mantenía las siglas de Pablo Iglesias, de Largo Caballero, de Prieto y de Negrín. Siglas y nada más. Fue cuando algunos creímos que Sánchez era quien decía ser, que contendría al nacionalismo y a Podemos. Pero lo nuevo vuelve a ser lo más viejo y temible.