ABC-ANA I. SÁNCHEZ

 Rufián se reconvierte al pacifismo y la igualdad

CASI podemos acariciar ya el fallo del juicio al procés. Oler el miedo de Oriol Junqueras, Carme Forcadell y compañía. Aquellos días de octubre de 2017 mientras toda España veía por televisión cómo organizaban un golpe político contra el Estado con total sensación de impunidad, parecía difícil imaginar que solo unos días después la mayoría de ellos estaría entre rejas. Pero ahí llevan ya casi dos años demostrando que el sistema funciona. Sea cuál sea el contenido de la sentencia, no faltarán las críticas y el intento de desprestigio desde el independentismo. Los constitucionalistas, en cambio, deberíamos respetar el criterio del Supremo, nos parezca blando o duro, a la vista del rigor, profesionalidad y transparencia vistos durante el juicio. Televisado, por cierto. Pero veremos si el PSC no saca de nuevo los pies del tiesto. A las puertas del 10-N, a Miquel Iceta le costará no coquetear con la idea del indulto, por mucho que Pedro Sánchez se lo haya prohibido estos días. Cayetana Álvarez de Toledo lanzó un buen zasca ayer al presidente interino al advertirle de que el constitucionalismo es una política y no «una reacción puramente oportunista, por conveniencia electoral, cuando parece que los sondeos vienen mal dados». ¿Algún día le pasará factura tanto artificio al líder socialista?

Decía al principio que puede olerse el miedo de Junqueras y compañía ante la sentencia. Pero también se masca la tensión de los líderes independentistas ante el fallo. Tras creer que la republicana catalana estaba «a tocar», aún no saben cómo conjugar esas expectativas infladas con la realidad de que la unilateralidad es un callejón sin salida. Y no hay otra vía rápida. La sentencia del Supremo puede ser una oportunidad para el secesionismo pero también un nuevo pinchazo. Todo dependerá de la reacción de los catalanes según dos incógnitas: cuántos se movilizan y durante cuánto tiempo.

Para apreciar la preocupación que late en el secesionismo no hay más que ver el lavado de imagen que Gabriel Rufián ha iniciado en las televisiones nacionales. Reconvertido desde hace unos meses en político moderado, se paseó por TVE y La Sexta la semana pasada con un discurso prefabricado de pacifismo e igualdad. Ríanse ustedes del contorsionismo político de Albert Rivera. El republicano dijo que la violencia es inaceptable. Pero cuando hace dos semanas arrestaron a los presuntos CDR con explosivos denunció que España es «un país en el que se detiene a gente de madrugada para buscar pruebas en su contra». Y que en democracia «es justo al revés». Además, de que el comentario da para reflexionar sobre a qué hora empieza a trabajar Rufián normalmente –los registros empezaron a las ocho de la mañana y las detenciones a las nueve–, el republicano condenó la operación y no la tenencia de material peligroso. Si ahora quiere retractarse, debería empezar por pedir disculpas a la Guardia Civil. ¡Ah, perdón! Que le llamarían botifler o le harían un escrache.

El nuevo Ghandi también dice ahora que su objetivo máximo es la igualdad, pero se le olvida mencionar que solo entre los catalanes separatistas. No solo promueve la independencia de una región rica para poner fin a su solidaridad con otras más pobres, sino que considera que los constitucionalistas nacidos en Cataluña tienen menos derechos. A ojos de Rufián no solo carecen de legitimidad para dialogar con el separatismo sobre el destino de una tierra que pertenece a todos ellos sino que, aún siendo mayoría, tienen que aceptar la imposición de la independencia. ¡Perdón de nuevo! Se me olvidó que ahora que acariciamos el fallo del procés ya no le dejan decirlo.