IGNACIO CAMACHO-ABC
Toda Europa sabe ya que sus debates políticos sufren en internet intrusiones espurias y manipulaciones falsarias
NO es Assange, es Rusia. No es Snowden, es Rusia. No son las redes leaks de ciberactivistas libertarios. Es Rusia. El Kremlin, como dice Chencho Arias con terminología de la Guerra Fría. Es Rusia la que está detrás de la desinformación sobre el conflicto de Cataluña, de los bulos, de los embustes, de las fotos falsas. Es Rusia la que difunde la posveritat independentista a escala planetaria. Es Rusia la que despliega brigadas de hackers, de trolls y de replicantes programados para montar la revuelta posmoderna de la mentira sistemática.
Ocurrió con Trump en Estados Unidos y con el Brexit en Gran Bretaña. Estuvo a punto de suceder con Marine Le Pen en Francia. La amenaza del activismo de órbita prorrusa provocó un recuento manual en las elecciones de Holanda. Toda Europa sabe ya que sus debates políticos sufren en internet intrusiones espurias y manipulaciones falsarias. El procés catalán ha sido por ahora el último campo de batalla de esta guerra silenciosa en la que se bombardean trolas a mansalva. Perfiles simulados en Twitter o Facebook y grupos fantasmas en Telegram o en Whatsapp ocupan la conversación on line divulgando cataratas de rumores y noticias inventadas. Armas de intoxicación masiva relativamente baratas que acaban invadiendo la agenda de muchos medios convencionales con la tensión periodística baja. El objetivo es la UE, su maltrecha estructura, su agrietada cohesión, su confusión diplomática; a Moscú, enfrascado en la disputa de Crimea y del Dombass con Ucrania, le conviene una Europa débil a la que los virus del nacionalismo y del populismo provoquen problemas de desestabilización en la retaguardia.
Estudios del Instituto Elcano y del Servicio Exterior europeo han medido el impacto reciente de la desinformación en España. El día del referéndum ilegal de secesión, cuatro quintas partes del tráfico de fakes news, de fotos de otras fechas y de simples patrañas, eran de origen ruso y la parte restante… venezolana. Con esa gente se ha aliado el soberanismo para definir marcos internacionales de opinión en los que saca indudable ventaja. El Gobierno no sólo fracasó en impedir la votación, sino que estuvo por completo ajeno a la estrategia de la propaganda. Mientras Interior ordenaba cargas a destiempo, en internet se la metían doblada con imágenes trucadas de un pueblo pacífico zarandeado por una represión autoritaria. El marianismo se ha caído al fin del guindo al que andaba subido mientras las redes lo destrozaban. Con las elecciones de diciembre al fondo teme enfrentarse a una gran ofensiva de comunicación sesgada. La petición de ayuda Bruselas parece tardía e ingenua: la East Stratcom apenas tiene una docena de funcionarios de contrainteligencia informática. Ante la experta y aplastante maquinaria de sabotaje informativo que tienen delante, eso equivale a enfrentarse con flechas y lanzas a varias divisiones acorazadas.