HERMANN TERTSCH-ABC
El problema que tiene la izquierda es que no tiene discurso político y económico para mejorar en nada la realidad
TIENE gracia ver ahora a todos los líderes de Podemos salir en apasionado ensalzamiento de los viejos como motor del cambio revolucionario del siglo XXI. «Nuestra democracia se la debemos a esas mujeres y hombres mayores que hoy están saliendo a la calle a defender sus derechos sociales y los nuestros», dice ahora Pablo Iglesias. Hace dos años, en plena frustración de su asalto al cielo y a La Moncloa, tras aquel terrible batacazo electoral, tenían otra opinión de los abuelos que no fueran yayoflautas. La Bescansa explicaba que «si no votaran los mayores de 45 años, Iglesias sería presidente del Gobierno». Y si no hubiera sierra, desde Chamberí se vería Segovia. ¿Qué remedio le veía Carolina al detalle de que los viejos también votan? Ella no aventuró ninguno. Pero sus hordas lo tenían claro. Pretendían arreglar el inconveniente quitando la sierra. Es decir, eliminando al votante viejo.
Así se llenaron las redes sociales de soluciones que estas criaturas ignorantes creen imaginativas. Poco originales si se ha leído algo de lo que hacen los correligionarios de Podemos cuando alguien les molestaba con su voto. En el libro de Manuel Álvarez Tardío y Roberto Villa García, «Fraude y violencia en las elecciones del Frente Popular». O en informes de los archivos soviéticos sobre matanzas tras Octubre 1917. Unos querían quitarles directamente el derecho a voto a los mayores al considerar absurdo que condicionen los viejos un futuro que pertenece a los jóvenes. Otros proponían soluciones más drásticas como corregir el censo mediante métodos evocadores de aquel ídolo podemita, el doctor Montes.
La extrema izquierda, tan protegida por los gobernantes de izquierda y derecha, con todas las televisiones en su poder para difundir sus letanías tóxicas, ha lanzado al mundo camadas de criaturas que solo piensan en matar a quien les irrite. Sus ídolos son unos raperos, cantantes y políticos que solo piensan en descerrajar tiros, empalar a enemigos, poner bombas, celebrar atentados y poner placas a asesinos múltiples, torturadores y «paseantes» de marqueses hacia la muerte en la Pradera de San Isidro.
El problema que tiene la izquierda es que no tiene discurso político y económico para mejorar en nada la realidad. Por ello, en pura lógica, la izquierda no debería existir ya en la política como arte de lo posible para mejorar el bienestar de los seres humanos. Sin proyecto de bienestar futuro, sin razón de ser, solo funciona como aparato generador de agravio. Carece de otro móvil que no sea la baja pasión de la envidia, porque hace tiempo se declaró enemiga mortal de la justicia y la legalidad. Así las cosas, la izquierda ha de buscar frentes para la ingeniería social en la ideología de género, en el animalismo y en la desaparición del pasado que prueba su criminal fracaso. De ahí sus excursiones al Valle de los Caídos. De ahí su grotesca huelga feminista del jueves próximo. De ahí su afán de generar odio por impotencia para la ilusión y la esperanza