Álvaro Robles, EL CONFIDENCIAL, 30/1/12
La acumulación de competencias lograda por Cataluña ha ido desbordando los modelos administrativos internacionales que un día sirvieron de meta. Consagrada como nación en su estatuto y dirigida por nacionalistas desde hace tres décadas, ¿tienen sus políticos en el poder un modelo al que aspirar?
El nacionalismo vasco, de la mano de Ibarretxe ensayó como objetivo el «Estado Libre Asociado», excentricidad que remitía a Puerto Rico. Una aspiración entre la boutade y el euskodisparate, pródiga sin embargo en ricos contrastes: hedonismo caribeño en lugar de catolicismo laborioso, ron viejo por Kalimotxo (ahí vascos y vascas salían ganando) y sol y ritmo a cambio de xirimiri, txistu y dantzaris. Se ignora si Ibarretxe viajó a la isla para inspirarse. Si tuvo esa oportunidad, observaría contrariado el ademán orgulloso con el que los policías locales patrullan sobre símbolos imperialistas de alta cilindrada, marca Harley Davidson. La Ertzaintza definitivamente nunca tuvo bajo la boina roja ese modelo de asimilación cultural para escoger el equipamiento y su atildado uniforme.
La Cataluña del nacionalismo contemporáneo siempre miró a Québec. La posibilidad de hacer referendos de independencia hasta que se ganara uno, para entonces dejar de hacerlos, parecía una formula muy conveniente. El referente, a pesar del juego que ha dado tanto a Pujol como Artur Masdurante décadas, hace tiempo que ejemplifica lo contrario de lo que los valedores de la comparación pretendían. Los partidarios de la independencia perdieron las consultas de 1980 y 1995, y más recientemente, recibieron la censura de Francia, equivalente al certificado de defunción, en boca deSarkozy (“Rechazo la decisión de encerrarse en si mismo y la feroz defensa de la identidad”) para hundirse con estrépito en las últimas elecciones de 2011, en las que pasaron de 49 a 4 diputados de los 360 del parlamento. Además, el primer ministro de Québec no entró al trapo el pasado otoño en su visita a Barcelona (quizás por estar prohibida ya en Cataluña toda suerte taurina), declarándose federalista, no independentista, y poco amigo de comparaciones.
Arruinado el símil, Mas procedió a ensayar el paralelismo con Alemania. No era una tontería buscar la asimilación catalana a virtudes como el trabajo y la productividad, ni la ¨justicia fiscal¨, limitando la solidaridad interregional. En efecto, la línea del 4% del PIB regional como tope alemán del «drenaje fiscal» y la reclamación de Mas de un “nuevo Pacto Fiscal” para Cataluña iban de la mano. Durán y Mas se han hartado los últimos meses de proclamar el cansancio catalán de mantener a España. Incluso el portavoz Homs, aferrado al ejemplo alemán, llegó a recordar la revolución industrial catalana en tiempos en que otros se dedicaban al pastoreo. A Homs se le podría explicar que Australia es el primer exportador de ganado del mundo y que la renta de sus hogares roza los 50.000 dólares al año, que no vendrían mal a muchas familias catalanas, o que los exportadores españoles de ganado en aquellos tiempos sufrieron graves perjuicios por la reacción europea a los aranceles impuestos por Madrid para defender el textil catalán.
Pero más allá de esa deuda histórica inversa, la comparación con Alemania tiene más de un problema. Uno, la unificación alemana dejó claro que aquello del federalismo asimétrico no iba con ella. Dos, si Alemania es a Europa como Cataluña es a España, el nacionalismo catalán estaría reivindicando su inequívoca españolidad. ¿Tendría acaso sentido una UE sin Alemania? Tres, si fuera de Cataluña se diera pábulo a la comparación, Cataluña tendría menos prima de riesgo que España, no 300 puntos básicos más.
Alertado sobre estas trampas metafísicas, el aparato de presidencia, menguado tras los recortes pero diligente, ha susurrado a Mas otro espejo en el que mirarse. Ahora (Madrid, enero 2012) queremos ser la Holanda del sur, no Bélgica (demasiado tiempo sin gobierno le resta interés) ni Luxemburgo: Holanda. “Y podemos serlo». La comparación es un poco más rebuscada, pero a mí tampoco me disgusta. Pueblo laborioso, comerciante, próspero, bien avenido con sus vecinos y orgulloso de una identidad y de una lengua que no imponen a nadie.
En Cataluña se ha admirado mucho a Holanda. El Fútbol Club Barcelona, el mejor y más potente embajador que puede tener Cataluña, importó hace años su estilo y a sus jugadores antes de encontrar su propia personalidad y facturar un modelo en el que hoy son otros, casi todos, los que quieren reconocerse. Un ejemplo basado en el trabajo, en el talento y en el fair play. Un modelo aglutinador, que destierra la autocomplacencia y que además respeta escrupulosamente las reglas de juego. A lo mejor no hace falta irse hasta Ámsterdam ni meterse en uno de sus coffee shops para inspirarse en ejemplos para el País que resultan tan perecederos como cogidos por los pelos. *Álvaro Robles Cartes es economista y consultor político y de comunicación.
Álvaro Robles, EL CONFIDENCIAL, 30/1/12