Isabel San Sebastián-ABC
- Bildu alardea de ir a conseguir gracias a la infamia de un presidente traidor lo que no logró ETA matando
He dudado mucho entre los términos conciencia y vergüenza, aunque me he decantado finalmente por el que apela a los valores porque si de pudor andan escasos en las filas del puño y la rosa, la ética resplandece por su ausencia. Vergüenza ante la última vileza cometida por Pedro Sánchez sienten destacados socialistas, como los presidentes de Extremadura y Castilla-La Mancha, que han expresado públicamente ese malestar. García-Page al afirmar en una entrevista que pactar con Bildu los presupuestos «no tiene un pase» y significa que «Podemos está marcando la agenda del Gobierno», y Fernández Vara confesando en Twitter sus náuseas y su dolor al «ver a Otegui siendo clave para decidir los PGE del Estado que combatió desde un grupo terrorista». Ambos se han sentido obligados a criticar la obscena coyunda practicada por su jefe de filas con el brazo político de la banda que asesinó a tantos de sus compañeros, en parte por la repulsión que semejante encamamiento produce a cualquier persona bien nacida, quiero pensar, y en parte también con el ánimo de atenuar el alto coste político que habrán de pagar por él cuando lleguen las elecciones. O sea, en un intento fútil de desmarcarse de sus propias siglas y aparecer ante sus electores como representantes de un PSOE que dejó de existir hace tiempo. El gesto es más de lo que han hecho la mayoría de sus compañeros, incluida la conversa Susana Díaz, cuyo silencio cobarde ante tamaña indignidad constituye una prueba irrefutable de que acepta sin sonrojarse «integrar en la dirección del Estado» (Pablo Iglesias dixit) a una formación cuya portavoz en el Congreso está condenada por terrorismo y que alardea en el parlamento vasco de que «nosotros vamos a Madrid a tumbar definitivamente el régimen». O sea, a conseguir gracias a la infamia de un presidente traidor lo que no lograron mediante el terror, la extorsión y el tiro en la nuca. Señalar, aunque sin nombrarlo, al culpable de esa felonía, constituye un gesto meritorio, que se queda muy corto, empero, dada la gravedad extrema de la traición perpetrada.
Y es que en pago por ese respaldo a las cuentas que garantizan la supervivencia de Frankenstein, Sánchez no solo ha roto su promesa de jamás pactar con la ralea bildutarra, no solo blanquea e integra en la normalidad democrática a quienes nunca han condenado a ETA, no solo negocia la reforma laboral y sabe Dios qué más, sino que está colmando de beneficios a los sicarios más deleznables de la organización terrorista. A los asesinos del matrimonio Jiménez Becerril y de Miguel Ángel Blanco (no ensuciaré esta página con sus nombres), entre otros. La conciencia, de existir, no se conformaría con menos que una dimisión sonora. La vergüenza, con la boca chica, permite salvar la cara, el poder y el privilegio.