Pedro García Cuartango-ABC
- Nadie mencionó ayer ideas ni proyectos. Solo distintas estrategias para hacerse con el poder en Murcia o Madrid
Por una extraña casualidad, Trece TV proyectó ayer a primera hora de la tarde ‘Queimada’, realizada en 1968 por Gillo Pontecorvo. Había visto varias veces este filme, pero cobró para mí un nuevo sentido al caer en la cuenta de la similitud entre la historia de la película y los acontecimientos políticos de las últimas horas.
Queimada es una imaginaria isla del Caribe en la que los ingleses apoyan una rebelión de los esclavos negros contra los gobernantes portugueses para hacerse con el control de las plantaciones de caña de azúcar. Todo se hace en nombre de los ideales de la libertad y el progreso, pero en realidad lo único que importa es la explotación de la riqueza. El poder cambia de manos, pero todo sigue igual.
Cuando los ingleses echan a los portugueses y se apoderan de la isla, el agente que ha promovido la revuelta, encarnado por Marlon Brando, le dice al líder de los esclavos: «La guerra no la he comenzado yo. Cuando llegué aquí ya estábais luchando entre vosotros». Tampoco es fácil determinar quién comenzó la guerra entre el PSOE, el PP y Ciudadanos.
El paralelismo con la película reside en que todas las fuerzas políticas invocan los grandes principios para ocultar que lo único que les motiva es la ambición de poder, al igual que los ingleses apelan a la civilización occidental como tapadera para disimular su afán de lucro.
Ayer escuché a los dirigentes de los tres partidos que libran esta batalla hablar de estabilidad, de libertad, de buen gobierno, de valores éticos y de determinación para combatir la corrupción. Todo eran bellas palabras y nobles ideales. Todos se declaraban dispuestos a sacrificarse por el bien común.
Pero no hay que ser muy perspicaz para concluir que lo que se está librando es una cruda batalla por el poder, algo que, por otro lado, es tan legítimo como consustancial a la política. Nadie mencionó ideas ni proyectos. Lo que vimos fueron distintas estrategias para hacerse con los gobiernos de Murcia, de Madrid y de Castilla y León.
Por mucho que estemos familiarizados con la volatilidad de las alianzas políticas, no deja de sorprender la facilidad con la que se cambia de socios y se alteran las mayorías parlamentarias. Hace casi dos años, se constituyeron unos gobiernos que se justificaron por la necesidad de respetar la voluntad popular que emanaba de las urnas. Hoy se interpreta de forma muy distinta esa voluntad y se procede a otras combinaciones políticas que se sustentan en idénticos argumentos.
¿Querían los madrileños un gobierno de derechas o de izquierdas? Al parecer con los mismos votos se pueden articular alternativas políticas no sólo distintas sino opuestas. Esto debería hacer reflexionar sobre la calidad de nuestra democracia y la coherencia de los dirigentes que nos representan. Queimada les refleja como un espejo.