No subestimemos la peligrosidad del reverendo Terry Jones porque sea el párroco de una comunidad rural aislada. Son los hombres con una gran causa los que provocan los mayores desastres. La diferencia entre los talibanes y el reverendo se reduce al azar de sus lugares de nacimiento. Por mucho que se odien, están hermanados por sus actos.
Se supone que los sacerdotes son hombres de paz, pero el reverendo Terry Jones apuesta claramente por el odio y la guerra al quemar públicamente el libro sagrado del islam y anunciar además que planea llevar a juicio al profeta Mahoma, fallecido hace 14 siglos. A veces es difícil distinguir el bien del mal. Sin embargo, cuando vemos que alguien busca perjudicar u ofender a otros sin sacar nada a cambio, salvo la satisfacción de ver el daño que causa con sus acciones, esa persona es, sin el más mínimo asomo de duda, un soldado de la oscuridad aunque lleve la vestidura sagrada de un sacerdote.
No se debe subestimar la peligrosidad del reverendo Jones solo porque sea el párroco de una comunidad rural pequeña y aislada. Son los hombres con una gran causa los que provocan los mayores desastres. Las sabandijas conscientes de serlo pueden provocar grandes conflictos por imprudencia o excesiva ambición, como Sadam Hussein, pero lo más habitual es que restrinjan voluntariamente el alcance de sus acciones. Si el único deseo de Milosevik hubiera sido gobernar Serbia, la ruptura de Yugoslavia hubiera resultado mucho menos sangrienta y se hubiera podido alcanzar enseguida una solución diplomática, incluso en Kosovo. Fue la convicción mesiánica de Milosevik de que su misión histórica consistía en llevar a los serbios a la grandeza y la supremacía lo que hizo inevitable la catástrofe. Lo mismo puede decirse de sujetos como Hitler, Stalin o Jomeini. Todos ellos parecían creer sinceramente en ídolos suprahumanos -la raza, la revolución, la fe- que justificaban a sus ojos las mayores atrocidades e injusticias.
Uno se pregunta cuál es el autoengaño que invoca el reverendo Jones y sus compinches para quemar un ejemplar del Corán a sabiendas de lo que iba a suceder. En septiembre de 2010 el reverendo anunció públicamente sus intenciones, pero tuvo que retractarse bajo una avalancha de críticas y presiones. Fue decisiva en aquella ocasión la intervención pública de altos mandos militares, que alegaron que iban a ser las tropas norteamericanas sobre el terreno las que habrían de pagar, con su sangre, las intemperancias del reverendo. En Estados Unidos, la mera insinuación de no apoyar a «nuestros muchachos», arroja una mancha de infamia sobre cualquier persona. Cuando el Gobierno de Washington decide emprender determinada campaña militar, se le puede criticar con ferocidad, pero «nuestros valientes muchachos», son intocables salvo casos evidentes de incompetencia militar, corrupción o atrocidades como Abu Gharib.
Por el momento, la quema del Corán ha provocado 30 muertos, varios de ellos civiles occidentales que trabajaban para la ONU. El reverendo Jones y sus asociados ya han declarado que no se sienten responsables de lo sucedido. Ciertamente que ellos no han matado a nadie, pues todos sabemos que los asesinos son los talibanes. Puede que tampoco sean responsables legalmente. En Estados Unidos es legal quemar públicamente una bandera nacional, una efigie del presidente, una Biblia o cualquier otro emblema político, patriótico o religioso, incluido el Corán. Sin embargo son responsables moralmente. Es como ir a una taberna de los bajos fondos, repleta de gente de mala catadura, con el deliberado propósito de desencadenar una gresca, a sabiendas de la clase de clientela que frecuenta ese local. Luego, cuando los camilleros terminan de recoger a las víctimas, puedes alegar que tú no les has matado, que ni siquiera diste un puñetazo, pero eres tan culpable como los autores materiales del asesinato.
Queda por ver si los integristas islámicos deciden imitar el mal ejemplo y poner de moda la quema de biblias para retroalimentar el deseado conflicto. En teoría es imposible porque el dogma islámico exige el respeto por los textos sagrados de las demás religiones monoteístas, aunque los considere repletos de errores y tergiversaciones, y considera profetas inspirados por Dios a una treintena de personajes bíblicos incluyendo a Adán, Abraham, Moisés o Jesucristo. Por lo tanto, para el musulmán estricto debería ser tabú quemar una Biblia. Pero no me atrevo a poner la mano en el fuego a este respecto, pues el integrismo tiene poco que ver con el islam ortodoxo y muchas veces prohíben aquello que normalmente está permitido y proclaman como obligatorio aquello que está estrictamente prohibido. Que tales personajes afirmen ser los más estrictos defensores de su religión demuestra que la desvergüenza humana no tiene límites. Que sus pretensiones sean tomadas en serio en gran parte de Occidente es algo inexplicable. Deben tener unos relaciones públicas extraordinariamente buenos.
Por otra parte, no debemos acomplejarnos por sentimientos de culpa ni dejarnos intimidar por el fanatismo de los talibanes. ¿Qué protestas ha producido este desagradable asunto en el resto del mundo islámico? Apenas ninguna. Obviamente el tema no les habrá gustado ni pizca, pero no es lo bastante grave como para justificar una reacción violenta. Además todos saben que el único culpable es un individuo muy concreto con nombres y apellidos. Los tumultos en Afganistán y Pakistán los han organizado meticulosamente las facciones más extremistas, ansiosas de ofenderse a la menor oportunidad o de fabricarse esa oportunidad ellos mismos. Cada cierto tiempo, los talibanes extienden falsos rumores de coranes quemados o ultrajados por infieles, para incitar la cólera de las masas. ¡Una quema de coranes auténtica es para ellos una autentica bendición!
La diferencia entre los talibanes y el reverendo Jones se reduce al azar de sus diferentes lugares de nacimiento. Por mucho que se odien, están hermanados por sus actos.
(Juanjo Sánchez Arreseigor es historiador, especialista en el mundo árabe)
Juanjo Sánchez Arreseigor, EL CORREO, 5/4/2011