Puede estarse o no de acuerdo con la filosofía del Corán. Puede creerse o no en sus dogmas; pero quemar el libro es una provocación absurda. El Corán seguirá existiendo, y la luz o la sombra que proyecte, también. Jones cree que es obra del diablo; cientos de millones de seres humanos, que lo inspiró Dios.
Todavía puede verse en las pantallas españolas (no en muchas, ni en las más populares) una película de animación titulada ‘The Secret of Kells’. Cuenta la historia de un viejo monje y un joven novicio que en plena Edad Media se empeñan en hacer un libro contra la oscuridad. Pero su superior, el abad de Kells, cree que contra la oscuridad lo que hay que construir es una muralla, cada vez más alta. La oscuridad son los hombres del Norte, que lo arrasan todo a su paso en busca de oro y riquezas. Un día, los hombres del Norte se plantan ante las puertas de Kells, expugnan la muralla y saquean la ciudad, además de masacrar a la mayor parte de su población, a la que no defiende del desastre la fortificación que llevaban tantos años levantando.
El niño y el monje se salvan y huyen para terminar su libro. La labor la coronará el más joven de los dos, que luego lleva el libro en sus viajes y se lo enseña a todos los que se cruza en su camino. El libro desafía a la oscuridad como no lo hicieron los muros inútiles del abad: proyectando su luz sobre las gentes, perdurando en su memoria y alumbrando el porvenir.
La historia, basada en las leyendas celtas de San Brandán (el niño) y San Aidan (el viejo monje), y en el existente libro de Kells (que se conserva en el Trinity College de Dublín), se convierte en una metáfora del poder de la palabra frente a la violencia, de la luz de la razón frente a la oscuridad de la codicia, el miedo o el rencor. No deja de ser pertinente, aparte de la belleza visual del filme, acercarse a esta historia en estos tiempos en que los fanáticos vuelven a significarse quemando libros.
Es curioso que ese otro libro que quiere quemar el reverendo norteamericano Terry Jones tuviera un origen muy similar. Cuentan que Mahoma, cuando sus seguidores le exhortaban a construir palacios y fortalezas para hacer patente el poder del islam, les respondió que no iban a dilapidar sus esfuerzos en tan vana empresa. No levantarían muros ni torres que al final el tiempo se encargaría de reducir a escombros, sino que harían un libro, algo que nadie podría derribar ni destruir jamás.
Eso es lo que ignora el primario y pueril ciudadano Jones. Puede estarse o no de acuerdo con la filosofía del Corán. Puede creerse o no en los dogmas que contiene. Pero quemar el libro es una provocación absurda. El Corán seguirá existiendo, y la luz o la sombra que proyecte, también. Jones cree que es obra del diablo; cientos de millones de seres humanos, que lo inspiró Dios. Cierto es que contiene barbaridades: como todos los libros sagrados. Y como todos, también, un germen positivo y creador. Si no, no habría seducido a tantos ni atravesado los siglos.
No dejemos que los reverendos Jones nos marquen el paso. Antes bien leamos y, en lo preciso, releamos los libros.
Lorenzo Silva, EL DIARIO VASCO, 14/9/2010