Ignacio Camacho-ABC
En Valencia Feijóo se ha abrasado por segunda vez en el mismo fuego; la primera le costó la Presidencia del Gobierno
La relación de Mazón con Feijóo ha pasado ya a troleo, a puro desafío a su liderazgo, por más que la dirección de Génova haya tenido que salir a bendecir el acuerdo presupuestario valenciano con la boca chica y los labios apretados. El problema en sí no es el pacto, al fin y al cabo necesario para consolidar la reconstrucción de la dana –aunque el rechazo a acoger ‘menas’ va a ser complicado de explicar en otros territorios afectados, en particular a los votantes andaluces y canarios–, sino el evidente carácter instrumental con que el presidente autonómico lo usa para aferrarse al cargo cuando más crecía la presión interna para desalojarlo. Eso es un reto en toda regla, que condiciona al jefe de la oposición nacional, le ata las manos a corto plazo y le obliga a alinearse con un teórico subordinado al borde de la imputación por abandono del puesto de mando en un momento dramático. Es lo que pasa por dudar, por dejar correr las cosas en vez de actuar rápido.
Era Feijóo el que debía haber negociado con Abascal. Pero no sólo las cuentas de la Comunidad Valenciana, sino los términos del relevo para que fuese otra persona la que gestionase al frente de la Generalitat esos Presupuestos. Y si la autorización del compromiso incluye una dimisión en diferido –no lo parece– se trataría de una notable pérdida de tiempo porque el cariz de la investigación judicial aconseja anticiparse a los acontecimientos. Incluso si Mazón saliera penalmente ileso, todo el mundo es consciente –excepto él, o quizá también– de que ante la opinión pública está amortizado sin remedio y de que mientras más tarde se vaya, porque se tendrá que ir en algún momento, más graves van a ser los desperfectos. Ahora la sensación general es la de que ha metido un gol a su propio equipo aprovechando las vacilaciones del portero. Y es la segunda vez que el líder del PP se quema en el mismo fuego; la primera le costó la Presidencia del Gobierno.
En la medida en que sirva al achicharrado dirigente para resistir, la maniobra ayuda al adversario a encubrir sus responsabilidades. Que en el plano político son muchas y flagrantes, aunque la jueza de Catarroja haya aceptado el relato exculpatorio de la Aemet, la Confederación Hidrográfica y los demás organismos medioambientales. Pero mientras siga en la Generalitat un hombre incapaz de explicar con claridad dónde diablos estaba y qué hizo aquella maldita tarde, a la izquierda le resultará sencillo proyectar contra él la justificada cólera de la calle. La misma de la que huyó Sánchez en su espantada cobarde, cuyo recuerdo puede esconder sin gran dificultad tras la imagen de un mandatario rival convertido en una brasa andante. En su irresolución, la cúpula popular ha desdeñado dos factores clave: que la gente está muy cabreada y que al aparato de la Moncloa no se le puede otorgar esa clase de facilidades. No sin autolesionarse.