El Mundo 28/11/12
Victoria Prego
Es inexplicable el caso del número dos del PSC, Daniel Fernández, que parece haber recibido en el episodio de ayer un trato del todo irregular y que resulta altamente sospechoso de intencionalidad política.
Porque él cuenta que ha recibido un escrito de los Mossos diciéndole que ha sido imputado por un presunto delito de tráfico de influencias. Si las cosas son realmente así, ¿qué es eso de que se impute a un diputado del Congreso, que es aforado y cuya investigación es competencia estricta del Tribunal Supremo, previa solicitud a la Cámara de un suplicatorio? A todo un diputado nacional no se le puede dar ese trato, y menos con publicidad. Hay demasiada confusión en torno a lo sucedido y habrá que esperar a tener más detalles antes de emitir un juicio más preciso.
Pero, al margen de eso, aquí tenemos un nuevo escándalo en la vida catalana a la que, como en el Cuento de la Buena Pipa, que Nunca se Acaba, vuelve una y otra vez el famoso porcentaje del 3% cuyos tentáculos parecen ser tan largos que nunca terminamos de verles del todo el final.
¡Qué tiempos aquellos en los que Jordi Pujol y sus aduladores se jactaban del oasis político que era Cataluña, a la que ponían de modelo frente al cainismo homicida que se practicaba en Madrid! Y ahora resulta que el tal oasis era una charca corrompida de la que empieza a salir, por fin, el insoportable olor que perciben ya los ciudadanos y que está obligando a policías, jueces y fiscales a empezar a drenar ese depósito de putrefacción.
Las modalidades de trinque que se van descubriendo se mueven en torno al porcentaje del que habló un día el ex presidente Maragall para luego enmudecer para siempre: el 3% o el 4%.
Ése es dinero público que ponen de su bolsillo los ciudadanos. Y lo ponen, sin saberlo, para que se lo embolsen los partidos y sus dirigentes. Las donaciones voluntarias procedentes de los empresarios interesados en ganar las adjudicaciones, lo que hacen es engordar sus facturas, que incluyen la mordida que se va a embolsar la formación correspondiente y, quizá, algunos de sus miembros más destacados.
Así es como los partidos políticos implicados en estos enjuagues vienen robando al contribuyente cientos de millones de euros. Esto es lo que los ciudadanos deben tener claro: que les están robando directamente a ellos.
Por supuesto, esto no pasa sólo en Cataluña. Pero es en Cataluña donde los responsables de CiU -una coalición implicada hasta las cejas en el latrocinio sistemático al contribuyente- y del PSC se han permitido machacar a los catalanes con el embuste venenoso de Espanya ens roba.
Un mensaje como ése, repetido a una población que está sufriendo en sus carnes el latigazo de la crisis, tiene fácil entrada en el ánimo colectivo. Si no nos robara España, piensan, no estaríamos tan mal. Y a eso ha respondido, también con dinero público, la Generalitat: Stop a l’espoli, que España deje de robarnos.
¿Quién les roba? Les roban sus partidos, les roban sus dirigentes. Stop a l’espoli, en efecto, pero los catalanes deben ir a gritárselo a sus políticos, a los del oasis.