JON JUARISTI-ABC

  • ‘El príncipe destronado’, de Delibes, fue la gran novela de la Transición. Aún hoy, como ‘1984’, de Orwell, nos ofrece claves para entender nuestro tiempo

Después de las noticias de la noche, pasan, en una cadena de televisión, ‘La Guerra de Papá’, película de 1977 de la que tenía un buen recuerdo y que vuelvo a ver muy a gusto. Antonio Mercero fue uno de los grandes directores de la segunda mitad del XX y de los menos vulnerables a las tentaciones sectarias. ‘La Guerra de Papá’ es, como se recordará, una versión cinematográfica fidelísima de ‘El príncipe destronado’, novela de Miguel Delibes escrita entre 1962 y 1964, pero publicada por vez primera en 1973. Su autor calificaría la película de Mercero como «muy afortunada», añadiendo que estuvo varios años en cartel y que, sin duda, contribuyó al prolongado éxito de la novela, de la que Destino lanzó varias reediciones en los años setenta y ochenta. Tras ver ahora la peli en formato televisivo, dedico a la novela varias horas de insomnio y descubro algunos aspectos que, sin haberme pasado desapercibidos en su día, cobran en el presente nuevo sentido.

La acción se desarrolla entre las diez de la mañana y el anochecer del 3 de diciembre de 1963, lo que viene a ser una especie de Bloomsday vallisoletano visto a través de las andanzas y tribulaciones del niño de tres años Quico Infante, quinto de seis hermanos, que sufre del síndrome que da título a la novela desde el reciente natalicio de la benjamina. Digamos que Quico está de los nervios, desplegando a consecuencia de ello una hiperactividad destructiva que contagia el estrés a toda su familia, incluyendo al servicio doméstico, y, sobre todo, meándose en los pantalones cada vez que se encuentra sin escapatoria, lo que le ocurre con frenética frecuencia.

Esta última circunstancia convierte en eje y verdadero protagonista de la trama al Pito de Quico, un pito sin duda infantil, sin otra función que la excretora, pero que desata en padres, hermanos y criadas sentimientos turbulentos, haciendo aflorar crisis matrimoniales y erotomanías hasta entonces contenidas. El Pito Infante de Quico Infante adquiere así la condición de símbolo de la Transición entre la institucionalizada Guerra de Papá (el franquismo) y un no sé qué que asoma balbuciendo. El Pito irrumpe orinando sin tregua, Quico lo estira y encoge («como la tripa de Jorge», aclara Delibes), y recibe, en respuesta a su insurrección escatológica, histéricas y explícitas amenazas de castración.

Pero lo curioso es que, como observa Antonio A. Gómez Yebra en la introducción a la edición de la novela por Espasa (en Austral), «Quico de ninguna manera sufre la denominada angustia de la castración, pues encuentra en esa idea una posibilidad más para llamar la atención de quienes lo rodean». Es más, él mismo declara su voluntad narcisista de adelantarse a la emasculación: «Me voy a cortar el pito…con una cuchilla de papá». Pues en esas estamos. Un genio, Delibes, don Miguel.