- Quien observe la lógica socialista, concluirá que el PSOE –con alguna excepción que podríamos caracterizar de museo- se define hoy por quebrar los fundamentos del Estado de derecho, fracturar la convivencia social, huir de la realidad, instalarse en un universo paralelo alejado de la legalidad democrática
El derrumbe del PSOE ha dado lugar, de nuevo, a la discusión sobre la necesidad de la existencia del bipartidismo. Las democracias funcionan mejor cuando existe una alternancia periódica entre la derecha conservadora o liberal y la izquierda socialdemocrática. La alternancia es uno de los contrapesos de la democracia que permiten la mediación entre las partes y los intereses dentro del marco constitucional. La alternancia facilita que los ciudadanos y partidos puedan expresarse y competir libremente en el marco de las reglas de procedimiento –un sistema de control y contrapesos en donde se percibe la crítica pública, la transparencia, los canales de participación, los límites del poder, los mecanismos de intermediación o el voto con garantías- que el Estado de derecho establece.
El problema surge cuando un partido transgrede el marco constitucional e institucional así como las reglas de procedimiento de la democracia y transita por un camino que no es el adecuado. Pongamos por caso el PSOE de Pedro Sánchez que se empeña en regenerar la democracia. Es decir, en degenerar la democracia colonizando las instituciones, modificando el acceso de jueces y fiscales, reformando la Ley de Enjuiciamiento Criminal y otras lindezas como la amnistía de los sediciosos, los pactos de investidura y la financiación singular de Cataluña. El objetivo: por un lado, quebrantar la separación de poderes; por otro lado, alcanzar y conservar el poder. Un atentado a la democracia que ya ha situado a España en la lista de democracias iliberales y anuncia la llegada de la autocracia a España. Por partida doble: el presidente autócrata del Gobierno y el secretario general autócrata del PSOE. Nada nuevo en la historia del socialismo español. Así las cosas, ¿quién dice que hace falta el PSOE?
Un viaje de ida y vuelta al pasado reciente, nos dice que el PSOE es lo más parecido a un péndulo que va de un lado a otro. Todo cambio tiene su lógica socialista: durante las dos últimas décadas del XIX, se apuesta por la política de «clase contra clase» que impulsa la I Internacional; a principios del siglo XX, se acepta la Restauración que facilita la participación política y de ahí surge la conjunción electoral con los republicanos; la Revolución Rusa y la triple crisis española de 1917, propicia el maximalismo y los disturbios; en tiempo de Primo de Rivera se colabora con el dictador ocupando altos cargos en su gobierno; y en el periodo de la Segunda República les falta tiempo para ensayar ese golpe llamado Revolución de Asturias.
Una lógica socialista, la del PSOE, que se explica en función de la coyuntura, las necesidades y las expectativas del partido. Una lógica socialista que nada tiene que ver con la lógica democrática y el Estado de derecho. Cierto es que durante la Transición, en una primera etapa, la lógica socialista coincidió con el interés general de España y el PSOE jugó su papel en la consolidación de la Monarquía y la democracia, la cicatrización de las heridas de la Guerra Civil, la superación de la crisis económica, la modernización de España, la lucha contra el terrorismo, la cohesión territorial y la incorporación en la hoy denominada Unión Europea. Y en eso que llegan José Luis Rodríguez Zapatero y su populismo sonriente y Pedro Sánchez y su narcisismo autocrático. De nuevo, el péndulo cambia de lado.
Quien observe la lógica socialista, concluirá que el PSOE –con alguna excepción que podríamos caracterizar de museo- se define hoy por quebrar los fundamentos del Estado de derecho, fracturar la convivencia social, huir de la realidad, instalarse en un universo paralelo alejado de la legalidad democrática y escenificar –ahí aparece la cara oscura del socialismo- esa comedia progresista de quienes se publicitan como redentores de los necesitados ofreciendo un mundo mejor y más justo.
El PSOE busca hoy el cambio de régimen. Es decir, un proceso deconstituyente que culmine en una España plurinacional. Todo ello, en un océano de degradación moral. Con estos mimbres, el PSOE nunca puede ser el partido de la alternancia que exige –como se afirmaba al inicio de etas líneas- la democracia. ¿Quién dice que hace falta ese PSOE engreído, tramposo e imprudente que, además de culpabilizar por sistema a la derecha, genera más problemas de los que dice resolver? ¿Quién dice que hace falta ese PSOE que, en lugar de crear riqueza –una característica inherente al socialismo-, la dilapida?
El PSOE sobrevive gracias al fervor de la militancia y el sectarismo de una parte del electorado que, cual miembros de una gran familia ligada por ciertas filias o fobias, acepta una coalición con los golpistas y los herederos de ETA y rechaza un gobierno del PP, con o sin Vox, que, ellos sí, observan la Constitución. Una gran familia con una consigna que parece sacada de Uno de los nuestros, aquella gran película de Scorsese: «Nunca delates a tus amigos y mantén siempre la boca cerrada».
¿Cómo puede ser el PSOE un partido de alternancia democrática cuando –además de caracterizarse por una corrupción política que pone precio a la investidura con las concesiones que ello implica- se niega a convocar elecciones generales por el temor a la alternancia?
Conviene añadir que el PSOE no es un partido socialdemócrata del siglo XXI, sino –además de una agencia de colocación y presuntamente también de negocios- un pseudopartido sin norte y sin destino, una especie de patchwork político-ideológico de factura soixante-huitard, con toques comunistoides, que obedece a intereses, concepciones del mundo y fantasías diversas. ¿Quién dice que hace falta?
- Miquel Porta Perales es escritor